La credulidad y
la fe son, respectivamente, como hongos venenosos y comestibles; lo
suficientemente cercanos en apariencia para ser confundidos, pero tan disímiles
que sus efectos son precisamente los opuestos.
El verdadero
hombre de fe es raramente crédulo, y el crédulo raramente tiene verdadera fe.
La fe pertenece a los de corazón sencillo, la credulidad a los simples de
mente. Y están a universos de distancia. Los primeros honran a Dios creyendo
sus promesas frente a toda la evidencia; los segundos son hijos de la
superstición, y no dan honra a nadie. En lugar de ello, revelan unos hábitos
mentales desordenados y ausencia de percepción espiritual.
Es asombroso lo
que la gente puede llegar a creer cuando se lanzan a ello. Con toda razón
consideran un pecado dudar de la Biblia, por lo que rehúsan rechazar nada que
sea servido Juntamente con la Biblia, por ridículo y antiescriturario que sea.
Si la historia tiene un halo de maravilla a su alrededor, estos amigos acríticos
la aceptarán sin dudarlo y la repetirán con una voz llena de asombro y con
mucho temblor solemne y las cabezas inclinadas. Multipliquemos estas personas
en cada iglesia determinada, y tendremos un terreno perfecto para todo tipo de
falsas enseñanzas y excesos del fanatismo.
Tenemos que cultivar un sano escepticismo hacia
todo lo que no pueda ser sustentado por la llana enseñanza de la Biblia. La creencia
es fe únicamente cuando tiene por su objeto la verdad revelada de Dios; más
allá de esto puede ser tan perjudicial como la misma incredulidad.
Muchas de las
historias que se cuentan para justificar los caminos de Dios con el hombre
pueden en realidad no demostrar otra cosa que la endeblez de la fibra
intelectual del orador. Pero si se prohibieran todas las superficialidades y
todos los cuentos de viejas, muchos predicadores se verían excluidos del
ministerio. Es una verdadera lástima que el público cristiano tenga que verse
obligado a escuchar tantas tonterías y que sea impotente para hacer nada acerca
de ello.
Lo cierto es
que la Palabra de Dios no necesita el apoyo de los hombres. Se levanta sola,
fuerte y majestuosa como el Cervino. Cuando pedimos la ayuda de historias de
nodrizas y pobres ilustraciones para demostrar su veracidad, no hacemos nada
más que revelar nuestra oculta incredulidad y airear nuestra débil credulidad.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")