Para las
naciones de la tierra que han conocido la historia de Jesús, la Navidad es
indudablemente el más hermoso tiempo del año.
Aunque la
celebración del nacimiento del Salvador tiene lugar en lo más cerrado del
invierno, cuando en muchos lugares del mundo los ríos están helados y los
paisajes fríos y tristes, sigue habiendo hermosura en la temporada navideña; no
la hermosura tierna de las flores de la primavera ni el callado encanto del
verano intenso, o ni siquiera la dulce gracia de los colores del otoño. Se
trata de una hermosura de tipo distinto, más rica, más profunda y llena de
exaltación, aquella hermosura que unas consideraciones del amor y de la
misericordia traen delante de la mente.
Aunque somos
conscientes de los abusos que han brotado alrededor de esta época festiva,
seguimos mal dispuestos a rendir este antiguo y amado día de Navidad al
enemigo.
Aunque aquellas
emociones más puras que todos sienten en Navidad son, en la mayoría de los
corazones, cosa bien pasajera, es sin embargo algo que una raza perdida y caída
rinda tributo, aunque sólo por un día, a aquellas más grandes cualidades de la
mente: el amor y la misericordia, el sacrificio y una vida dada por sus
enemigos. Mientras los hombres sean
capaces de elevarse hasta tales alturas, hay esperanzas de que no se hayan
apartado irremisiblemente de su día de gracia. Un corazón capaz de admirar
y de ser tocado por la historia del nacimiento en un pesebre no está aún
abandonado, por pecaminoso que sea. Hay todavía esperanza de arrepentimiento.
La Navidad
volverá y se irá este año, como lo ha hecho a lo largo de los siglos ya
desvanecidos, y, después de un breve momento de bondad sentida, los del frío y
duro mundo volverán a sus matanzas, odios e intentos de ganarse en astucia y
vencerse unos a otros. Las cosas no han mejorado, dirán los cínicos, con
respecto a lo que eran antes. Todo esto es un mito infantil.
Sabemos lo que
piensan, y sabemos lo que dirán. Y Dios sabe que los hechos parecen dar apoyo a
las ideas de ellos. Pero el fin no ha llegado aún. El mundo no ha visto lo
último del Cristo Niño. El hecho de que haya en los corazones humanos caídos
unos rastros suficientes de deseo espiritual para agitarlos a un breve tributo cuando
se narra la casta y hermosa historia de la Navidad constituye suficiente
respuesta a la acusación del cínico. Los hombres que quieren ser buenos, aunque
sea sólo por un día, pueden llegar a ser buenos si su deseo crece lo
suficiente.
Todo esto no es
mera teoría. Los hay a miles cada año que encuentran su deseo de salvación y de
santidad demasiado agudo para soportarlo, y se vuelven a Aquel que nació en un
pesebre para morir en una cruz. Entonces, aquella hermosura pasajera de la
Navidad entra en sus corazones para morar allí para siempre. Porque ¿quién es
el que imparte tal hermosura a la historia de Navidad? No es otro que Jesús, el
Deseable.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")