A fin de expresarme
más libremente sobre una cuestión que está muy dentro de mi corazón, echaré a
un lado el más bien pomposo nosotros editorialista, y hablaré en primera
persona del singular.
Lo que tengo en
mente es el lugar del himnario en la vida devocional del cristiano. Para el
propósito de devoción interior, sólo hay un libro que pueda ser puesto por
encima del himnario, y éste es, naturalmente, la Biblia. Digo esto sin
limitación de ningún tipo: después de las Sagradas Escrituras, el siguiente
mejor compañero para el alma es un buen himnario.
Para el hijo de
Dios, la Biblia es el libro de todos los libros, que debe ser reverenciado,
amado, recorrido arriba y abajo sin fin y tomado como manjar, como el pan
viviente y maná del alma. Es el mejor libro, sin ninguno que se le pueda
comparar, el único libro indispensable. Ignorarla o descuidarla es condenar
nuestras mentes al error y nuestros corazones al hambre.
Después de la
Biblia viene el himnario. Y recordemos, no me refiero a un libro de cánticos ni
aun libro de cánticos evangélicos, sino a un verdadero himnario que contenga la
crema de los grandes himnos cristianos que nos han dejado los siglos.
Una de las
serias debilidades del actual evangelicalismo es la calidad mecánica de su
pensamiento. Un Cristo utilitario ha
tomado el puesto del radiante Salvador de otros y más felices tiempos. Este
Cristo es capaz de salvar, cierto, pero se piensa en Él como haciéndolo de una
manera práctica como por encima del mostrador, pagando nuestra deuda y cortando
el recibo como un funcionario que reconoce el pago de una multa. Mucho del
pensamiento religioso de nuestro pequeño circulo evangélico está caracterizado
por una psicología de cajero de banco. La tragedia de esta concepción es que es
verdad sin ser toda la verdad.
Si los
cristianos modernos deben acercarse a la grandeza espiritual de los santos
bíblicos o conocer los deleites interiores de los santos de los tiempos
post-bíblicos, deben corregir esta incorrecta perspectiva y cultivar las hermosuras
del Señor nuestro Dios en una dulce experiencia personal. Para alcanzar un
estado tan dichoso, un buen himnario será de más ayuda que cualquier otro libro
en el mundo, excepto la misma Biblia.
Un gran himno
incorpora los más puros pensamientos concentrados de algún sublime santo que
puede haber partido hace mucho tiempo de la tierra, habiendo dejado poco o nada
detrás de sí, excepto aquel himno. Leer o cantar un verdadero himno es unirse
en el acto de adoración con una gran y bien dotada alma en sus momentos de
íntima devoción. Es oír a un amante de
Cristo explicando a su Salvador por qué le ama; es escuchar sin embarazo
los más suaves susurros de un amor imperecedero entre la novia y el Esposo
celestial.
A veces
nuestros corazones son extrañamente tercos y no se suavizan ni enternecen por
mucha oración que hagamos. En estas ocasiones ocurre con frecuencia que la
lectura o canto de un buen himno funde la capa de hielo y permite que comiencen
a fluir los afectos interiores. Este es uno de los usos del himnario. Las
emociones humanas son curiosas y difíciles de suscitar, y hay siempre el
peligro de que puedan ser suscitadas mediante usos erróneos y por razones
erróneas.
El corazón
humano es como una orquesta, y es importante que cuando el alma comienza a
tocar sus melodías, un David, un Bernardo o un Watts o un Wesley estén en el
podio. La devoción constante por medio del himnario garantizará este feliz
acontecimiento y. además, protegerá al corazón de ser dirigido por malvados directores.
Cada cristiano
debiera tener junto a su Biblia una copia de algún himnario estándar. Debería leer la una y cantar del otro, y se
quedará entonces sorprendido y encantado de descubrir lo mucho que se parecen.
Los poetas cristianos dotados han puesto, en muchos de nuestros grandes himnos,
la verdad con música. Isaac Watts y Charles Wesley (posiblemente por encima de
todos los demás) supieron conjugar el arpa de David con las Epístolas de Pablo
y darnos doctrina en cánticos, una teología extática que deleita mientras
alumbra.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")