Al volver a
leer los Evangelios, vemos que todo lo que Jesús hizo en la Tierra fue con el
propósito de cumplir con los términos del pacto que había hecho con el Padre.
Fue tras las ovejas perdidas; abrió los ojos de los ciegos; resucitó a los
muertos; abrió las puertas de la cárcel; habló palabras de vida eterna; realizó
obras milagrosas; echó fuera demonios y sanó toda clase de enfermedades. En
cada versículo de los Evangelios, Jesús fue cumpliendo las cosas que el Padre
le había enviado a hacer.
A lo largo de
todo ello, Jesús se apoderó de las promesas que Su Padre le había hecho: “El
Dios mío será mi fuerza” (Isaías 49:5). “Yo confiaré en él” (Hebreos 2:13). Las
fieles palabras del Padre sostuvieron a Jesús durante su agonizante muerte: “No fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi
cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no
escondí mi rostro de injurias y de esputos” (Isaías 50:5-6).
Cuando Jesús
pronunció Su oración final, vemos una vez más el acuerdo de pacto abierto entre
el Padre y el Hijo: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con
aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Y antes
de regresar a la gloria, Jesús le hizo recordar al Padre, Su parte en el pacto:
“Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te
glorifique a ti; Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me
diste que hiciese” (versículos 1, 4).
¿Qué tiene que
ver todo esto contigo y conmigo? ¡Es una imagen del amor de Dios por Su amada
creación! Él formó este pacto porque no estaba dispuesto a perder un solo hijo
en la destrucción. Jesús está diciendo aquí: "Padre, he cumplido Mi parte del pacto. He traído la redención a la
humanidad y he juntado en uno solo Tu cuerpo. Ahora hablemos de lo que va a
pasar con Mi simiente, con todos los que creen en Mí".
En resumen,
Dios dio a Su Hijo, el Hijo dio Su vida y nosotros recibimos todos los
beneficios. “Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de
los cielos. No olvidaré mi pacto, Ni mudaré lo que ha salido de mis labios”
(Salmos 89:29, 34).
GARY WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)