EL REPOSO DE DIOS
Por Faustino de Jesús Zamora Vargas
“Y a Aquél que es poderoso para
hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el
poder que obra en nosotros, a El sea la gloria.” Efesios 3:20
“El da fuerzas al fatigado, y al que
no tiene fuerzas, aumenta el vigor.” Isaías
40:29
Agustín de Hipona expresó su mundo interior con una hermosa resolución
teológica digna de tener en cuenta: "Mi alma no tiene descanso hasta que reposa
en ti". ¿Pudiéramos decir lo mismo los cristianos de hoy? No hay verdadero
reposo y paz interior hasta que el alma es apacentada en la gracia del Señor y
asumimos que no hay mejor fórmula para el bienestar espiritual que vivir
reposadamente en los brazos del Padre, confiando en su Palabra, hablándole en
oración.
Una de las razones por las que el hombre no encuentra reposo ante las
circunstancias de la vida diaria es porque no tiene un fundamento confiable
para sostenerse. El hombre sin Dios vive del malabarismo de sus propias
pasiones; un día bien, otro mal y el próximo peor. El ciclo de vida del hombre
sin Dios es en realidad un ciclo de muerte.
Entre los muchos problemas que el cristiano debe confrontar hoy consigo
mismo está el de despojarse de los sentimientos de culpa que arrastra del
pasado, sus frustraciones y desengaños, las barbaridades de la vieja naturaleza
que Cristo crucificó consigo en la cruz, pero que pugna por salir a flote para
condenar el alma del creyente redimido. Tales sentimientos de culpa y
frustración pueden tener su raíz en la decisión intencionada del cristiano de
ocultar sus pecados y no confesarlos al único que es justo para perdonar:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Jn 1:9).
El reposo de Dios es conocerle cada vez más mientras bregamos
diligentemente en la vida cristiana. En su oración al Padre, Jesús le dijo: “Y
ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado.” (Jn 17:3).
A través del profeta Jeremías Dios habló de esta manera: Pero si alguien
se gloría, gloríese de esto: “De que me entiende y me conoce, pues yo soy el
Señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra, porque en estas
cosas me complazco,” declara el Señor. (Jr 9:24).
En un mundo posmoderno y existencialista el hombre vive sin propósitos
claros y enfrenta la vida haciendo su propia voluntad. Los valores eternos y
los preceptos divinos no tienen significado. Al cuestionar su propia
existencia, se pierde en el laberinto de las filosofías que niegan a Dios.
Viven para el éxito personal, fruto de sus propios esfuerzos, creyendo
conocerse a sí mismos y pretendiendo cambiar las circunstancias que le son adversas
para vivir libremente, sin sometimientos, sin principios moralizantes, sin
normas de conductas que le ayuden a sobrellevar su ya insustancial existencia.
Nosotros tenemos a Cristo; le conocimos y a través de él se nos ha
revelado el Padre en toda su plenitud, de manera que no tenemos excusas para no
encontrar el reposo que nuestra alma necesita en determinadas circunstancias en
que la vida no parece sonreírnos. Los conflictos que confrontamos a diario
pueden diluirse y eliminarse cuando le damos la oportunidad al Señor de
gobernar cada una de las aristas de nuestra vida y le cedemos al Rey el trono
que de vez en cuando usurpamos al intentar ejercer el control que es derecho
exclusivo de él. Si Dios inventó la vida ¿no es mejor dejar que él la controle?
¿Por qué pretende el hombre dársela de sabiondo al enfrentar la vida? Pablo le
decía a los corintios: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el erudito? ¿Dónde el
filósofo de esta época? ¿No ha convertido Dios en locura la sabiduría de este
mundo?” (1 Co 1:20 NVI).
Vivamos reposadamente en el Señor. Conocerlo a él trae confianza y paz
al corazón. El mundo se desborda en aflicciones, pero Jesús le venció en la
cruz (Jn 16:33). Permanecer en Cristo, permitiendo que él sea el centro de
nuestro mundo interior, es la mayor garantía para continuar la carrera de la fe
en la certidumbre de su compañía. El alma –la mente, la voluntad y las
emociones– descansa cuando reposamos y ponemos las cargas de la cotidianidad
sobre su amor y misericordias eternas. “No se amolden al mundo actual, sino
sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar
cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Ro 12:2) ¡Dios
bendiga su Palabra!