“Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella.” Lucas 19:41
Los
evangelistas dedican un espacio desproporcionado a la última semana de Jesús en
la Tierra, que habitualmente se conoce como Semana Santa. En el caso de Lucas
es una cuarta parte de su Evangelio, en los casos de Mateo y de Marcos es
alrededor de un tercio, y en el Evangelio de Juan es la mitad del texto. Esto muestra
la importancia que asignaron los escritores de los Evangelios a los sucesos que
rodean a la muerte de Jesús.
La semana
comienza con la entrada de Jesús a Jerusalén, registrada por los cuatro
evangelistas, aunque cada uno agrega detalles que los otros omiten. Evidentemente,
Jesús se había propuesto cumplir lo que se había escrito de él en Zacarías 9,
es decir, que el futuro rey de Judá llegaría a Jerusalén trayendo salvación,
pero no con una bravuconada ni montado sobre un caballo de guerra, sino humilde
y manso sobre el lomo de un burro (¡vaya animal!). De esa manera, decía la
profecía, ‘hablará paz a las naciones’ (Zacarías 9:10).
Este suceso
tiene todas las señales de haber sido preparado de antemano aun en los detalles
de la escenografía. Es probable que en una visita anterior Jesús haya arreglado
con amigos en Betania que le prestaran un burro y lo entregaran a la contraseña
acordada, ‘porque el Señor lo necesita’. Entonces las multitudes entraron en la
acción, colocando sus túnicas sobre el burro y sobre el camino, y prorrumpiendo
en una aclamación espontánea.
Una vez que
pasaron por las aldeas de Betania y de Betfagé, el desfile rodeó por el frente
el monte de los Olivos, y de pronto Jerusalén apareció a la vista, con sus relucientes
pináculos y los espaciosos atrios del templo. Aquí, al parecer, mientras los gritos de la multitud se silenciaron,
ante el asombro y la perplejidad de todos, Jesús rompió a llorar. En medio
del sollozo pronunció un lamento profético sobre la ciudad, prediciendo su
destrucción porque no había reconocido la hora de la visitación del Señor.
Es
verdaderamente notable que, en el momento mismo en que Jesús le advertía el juicio
a la ciudad, lloraba sobre ella lleno de amor. El juicio divino (que es el tema
central a lo largo de la Semana Santa) es una realidad solemne e imponente.
Pero el Dios que juzga es el Dios que llora. Él no quiere que nadie perezca. Y
cuando en el fin de los tiempos su juicio caiga sobre alguien (como Jesús anunció
que sería), los ojos del Señor estarán llenos de lágrimas.
(Para continuar leyendo: Lucas 19:41–44)
JOHN STOTT - (Devocional “TODA LA BIBLIA EN UN AÑO”)