“José de Arimatea, …pidió el cuerpo de Jesús …lo
envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una
peña.” (Marcos 15:43, 46)
Según la ley
judía, el cuerpo de un criminal ejecutado no debía dejarse colgado durante la
noche; debía ser enterrado antes de que se pusiera el sol (Deuteronomio 21:22–23).
Aquí es donde entra en la historia José de Arimatea. José era lo que hoy
llamaríamos un senador, un miembro principal del sanedrín, y era en secreto un
creyente en Jesús. Tomó coraje y le pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, porque
habitualmente los criminales crucificados hubieran sido arrojados a una fosa
común, o abandonados a la voracidad de los perros y los buitres. Pilato se sorprendió
de escuchar que Jesús ya hubiera muerto, pero el centurión que estaba de
guardia lo confirmó. En consecuencia, mientras las mujeres miraban, José y
(según el relato de Juan) Nicodemo enterraron el cuerpo de Jesús, colocándolo sobre
una piedra en la tumba que era propiedad de José.
La primera
razón por la que el entierro de Jesús entró a formar parte del anuncio del
evangelio es que su entierro atestiguaba la realidad de su muerte (1 Corintios 15:3–4).
Jesús no se desmayó simplemente, ni tuvo
una muerte aparente. Las mujeres no se equivocaron de tumba. Ningún ladrón
de tumbas hubiera podido apropiarse del cuerpo. Si el cuerpo ya no estaba y la
tumba estaba vacía, era porque él había resucitado, es decir, simultáneamente
se levantó de la muerte y fue transformado. No podía haber otra explicación.
En segundo
lugar, el entierro de Jesús forma parte del evangelio porque indica la
naturaleza corpórea de la resurrección. La persona que resucitó y fue vista no era
otra que la persona que había muerto y había sido enterrada. De modo que la resurrección
no era una alucinación ni una resucitación sino un acontecimiento objetivo y
sobrenatural por medio del cual el proceso de descomposición quedó detenido y
el cuerpo muerto de Jesús fue a la vez levantado de la muerte y transformado.
(Para continuar leyendo: Marcos 15:42–47)
JOHN STOTT - (Devocional “TODA LA BIBLIA EN UN
AÑO”)