¡DAME ESE MONTE!
Por Faustino de Jesús Zamora Vargas
“Mantengamos firme la profesión de
nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquél que prometió.” Hebreos 10:23
“Pero yo seguí plenamente al SEÑOR
mi Dios.” Josué 14:8
Volvamos a las promesas de Dios y hablemos de la lealtad, de la
integridad que premia el Señor. El anciano Josué repartía la tierra que el
Señor daba por heredad a su pueblo y el guerrero Caleb a sus ochenta y cinco
años venía a pedirle a Josué la heredad que Dios le había prometido hacía 45
años. La vida de Caleb había sido una vida dedicada completamente al Señor.
Josué y Caleb eran sobrevivientes de una generación perdida en el desierto, los
únicos espías fieles que trajeron buenas noticias a Moisés tras explorar la
tierra que Dios daría a su pueblo en heredad (Números 13:3–33). Cuarenta y cinco años no es poco tiempo de
espera. El Señor le había conservado la vida (Josué14:10). Atrás quedaban
mil batallas guerreadas en favor del pueblo de Dios. “Ahora pues, dame esta
región montañosa de la cual el Señor habló aquel día, porque tú oíste aquel día
que allí había Anaceos con grandes ciudades fortificadas…” (Josué 14:12a).
Para muchos la conquista había terminado, para Caleb no. La heredad que
Dios le daba requería aún de sus fuerzas para conquistar las montañas de
Hebrón. No era cualquier monte. Caleb tenía los méritos militares y
espirituales suficientes para pedir a Josué un territorio conquistado y allí
disfrutar los últimos años de vida con su familia, pero él prefirió continuar
sirviendo al Señor con la confianza de que Dios permanecería a su lado y le
acompañaría en la empresa. “Tal vez el Señor esté conmigo y los expulsaré como
el Señor ha dicho.” (Josué 14.12b).
Hebrón era tierra de gigantes y de ciudades amuralladas, de manera que la tarea
sería difícil. Tendría que luchar para poseerla y derribar todos los obstáculos
para ver sus sueños hechos realidad. Dios da y promete bendiciones, pero la
iglesia no debe recibirlas con los brazos cruzados. Tiene que poseerlas,
arrebatarlas al enemigo, derribar las murallas para entrar y “ver” la gloria de
Dios.
Por cuatrocientos shekalim de
plata compró Abraham a los heteos una cueva en Hebrón para enterrar a Sara. Los
restos del propio Abraham, de Isaac y de Jacob descansan allí también y es hoy
el segundo lugar más sagrado del judaísmo. Años después de ser conquistada por
Caleb llegó a ser una ciudad de refugio para los levitas, ministradores de la
adoración en el templo. David fue ungido Rey por los ancianos en Hebrón (2 Samuel 2:11). Caleb, con su actitud
y fidelidad a Dios, contribuiría también a hacer de Hebrón una ciudad de
referencia para los cristianos de la posteridad.
La iglesia de Cristo es también heredera de las promesas de Dios. A dos mil años de fundada por Jesús,
todavía debe enfrentar oposiciones y comprender sus desafíos. No puede ser
pasiva; tiene una misión. La iglesia que se contenta con porciones de
promesas y no sigue adelante, se estancará irremediablemente, envejece sin ver
los propósitos de Dios hechos práctica en su historia. El cristiano que se
conforma con deleites fragmentados y temporales, no disfruta con los años la
vida cristiana a plenitud. El Señor premia al que permanece y persevera, a la
iglesia que lucha por poseer la heredad, a la que no se satisface con la
historia contada, sino que hace su propia historia guiado de la mano de Cristo.
Es un problema de actitud. Los años en Cristo generan un estado de gracia plena
en la vejez; sea de la iglesia o del cristiano como individuo.
La actitud y carácter en Cristo hacen perdurar los sueños e infunden
aliento para aprovechar nuevas oportunidades de servir al Señor. El ¡dame ese
monte! de Caleb es un grito valiente de asalto a los imposibles que propicia el
Dios que hace todo posible, es el de penetrar y visionar los sueños de Cristo
para su iglesia “a pesar de los gigantes y las murallas”, es visionar el Reino
de Dios desde el presente, ya consumado en la Canaán del cielo que nos espera.
Dios no premia sólo por las victorias, sino también por la actitud. Caleb pudo
ver hecha realidad la promesa de Dios por su integridad, por su honestidad, por
su convicción de que Dios peleaba al lado de su pueblo, por su inagotable vigor
para continuar sirviendo a su Señor. Ejemplo
hermoso tenemos en Caleb, en su voluntad de lucha y en su amor por la obra de
Dios. Pidámosle a él su monte y él nos acompañará a conquistarlo.
¡Dios bendiga su Palabra! Lectura sugerida: Josué 14


