“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen. Y echaron suertes, repartiéndose entre sí sus vestidos.” Lc 23:34
Esta es una historia
verídica que un joven me compartió en el seminario hace varios años, a este
joven le llamaré Arón (no es el nombre real).
Cerca de que terminara
la primavera Arón estaba orando porque quería tener un ministerio significativo
el siguiente verano. Le pidió a Dios que pudiera encontrar un trabajo en una
organización cristiana. Nada sucedió. Llegó el verano y nada. Los días se
convirtieron en semanas y Arón finalmente enfrentó la realidad: necesitaba un
trabajo y no encontraba. Checó los anuncios del periódico y lo único que
parecía una posibilidad de empleo era manejar un camión al sur de Chicago,
(nada que pudiera presumir) pero era algo que le ayudaría para pagar sus
estudios en el otoño. Después de aprenderse la ruta, salió por su cuenta, un
chofer novato en un tramo peligroso de la ciudad. No pasó mucho tiempo para que
Arón se diera cuenta de lo peligroso que era en realidad su trabajo.
Una pequeña pandilla de
chicos vio al joven conductor y comenzaron a tomar ventaja de él. Por varias
mañanas seguidas, se subían pasaban junto a él sin pagar, ignoraban sus
advertencias y no se bajaban hasta que ellos querían, todo esto mientras
molestaban a la gente y al mismo chofer. Finalmente decidió que esa situación
había llegado al límite.
La siguiente mañana, después
de que la pandilla se subiera como acostumbraba, Arón vio a un policía en la
siguiente esquina así que se orilló y los reportó. El oficial les dijo que
tenían que pagar o se tenían que bajar. Ellos pagaron... pero
desafortunadamente el oficial se bajó. Y ellos se quedaron abordo. Cuando el
camión pasó unas dos cuadras, la pandilla atacó al joven conductor.
Cuando se incorporó,
sangre había por toda su camisa, dos dientes le faltaban, sus ojos estaban
hinchados, el dinero había desaparecido y el camión estaba vacío. Después de
regresar a la terminal y ya que le habían dado el fin de semana libre, nuestro
amigo fue a su departamento, se hundió en su cama viendo al techo en
incredulidad. Pensamientos de resentimiento invadieron su mente. Confusión, ira y desilusión pusieron más
leña al fuego a su dolor físico. Pasó una noche entera luchando son su
Señor.
¿Cómo pudo suceder?
¿Dónde está Dios en todo esto? Yo genuinamente quería servirle. Le pedí un
ministerio, estaba dispuesto a servirle donde fuera haciendo lo que fuera... ¡y
estas son las gracias que recibo!
El lunes por la mañana,
Arón decidió levantar cargos. Con la ayuda del oficial que había enfrentado a
la pandilla y algunos otros que quisieron testificar en contra de los rufianes,
se encontraban todos en la cárcel municipal. En pocos días hubo una audiencia
ante el juez.
Entraron Arón y su
abogado junto con los miembros de la pandilla airados quienes le miraban desde
el otro lado del salón. De pronto una serie de pensamientos lo invadieron. No de
amargura ¡sino de compasión! Su corazón se había vuelto a los chicos que lo
habían atacado. Bajo la influencia del Espíritu, ya no los odiaba, se
compadecía. Ellos necesitaban ayuda más que odio. ¿Qué podía hacer o decir?
De pronto, después de
haberlos declarado culpables, Arón (para sorpresa del abogado y de los demás de
la sala) se puso de pie y pidió permiso para hablar.
"Su señoría,
quisiera que hiciera un total de los días de castigo que estos muchachos van a
enfrentar por la sentencia, y le pido que me permita ir a la cárcel en su
lugar"
El juez no sabía si
reír o llorar. Ambos abogados se quedaron atónitos, Arón miró a los pandilleros
(cuya boca y ojos parecían platillos) sonrió y dijo en voz baja "Es porque
los perdono".
El juez anonadado, cuando
llegó a un nivel de serenidad, dijo con firmeza "joven usted está fuera de
sí. Este tipo de cosas nunca se han hecho antes". A lo que el joven
respondió con una gran perspicacia. "Sí
ha sucedido su señoría, ...sí ha sucedido, sucedió hace 20 siglos cuando un
hombre de Galilea pagó la pena que toda la humanidad merecía".
Luego por los
siguientes tres o cuatro minutos, sin interrupción explicó cómo Jesucristo
murió por nosotros proveyendo así el amor y el perdón de Dios. No le otorgaron
su petición, pero el joven visitó a los miembros de la pandilla en la cárcel y
los guió a todos a la fe en Cristo y comenzó un ministerio significativo para
muchos en el sur de Chicago.
Pasó una prueba difícil
y como resultado, una gran puerta de un ministerio (por lo que había orado) se
abrió ante él. A través del dolor del abuso y del ataque, Arón comenzó a servir
a otros.
El perdón no es una
elección en el currículum de un siervo. Es un curso requerido, y los exámenes
siempre son difíciles de pasar.
El perdón (como el dar)
mejora tu servicio.
CHARLES SWINDOLL -
(Dev. "VIDA NUEVA PARA EL MUNDO”)


