“Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas
de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.” 1 Pedro 2:9
¡Alguien como Jesús en
alguien como yo! ¡El Rey de gloria en el seno de un pecador! Esto es un milagro
de la gracia, sin embargo, es lo suficientemente sencillo. Una fe humilde, que
se arrepiente, abre la puerta y Jesús entra de una vez en el corazón. El amor cierra
la puerta con la mano de la penitencia, la vigilancia santa mantiene alejados a
los intrusos. Y así se cumple la promesa: «Mira que estoy a la puerta y llamo.
Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo»
(Apocalipsis 3:20). La meditación, la
contemplación, la oración, la alabanza y la obediencia diaria mantienen la casa
en orden para el Señor.
Y luego viene la
consagración de toda nuestra naturaleza para su uso como un templo, la
dedicación del espíritu, el alma y el cuerpo y de todos sus poderes como
vasijas santas del santuario. Es como escribir «santidad al Señor» en todo lo
que nos rodea, hasta que nuestras ropas del diario se conviertan en vestiduras,
nuestras comidas en sacramentos, nuestra vida en un ministerio y nosotros
mismos en sacerdotes del Altísimo. ¡Qué suprema condescendencia de este morar
dentro de nosotros! Él nunca moró en un ángel pero reside en un espíritu
contrito. Hay un mundo de significado en las palabras del Redentor «Yo en
ellos». Que las conozcamos como las traduce Pablo: «Cristo en ustedes, la
esperanza de gloria».
(A través de la Biblia
en un año: Mateo 5 - 6)
CHARLES SPURGEON - (Devocional “A los Pies del Maestro”)


