LA AMARGURA
Por Alberto I. González Muñoz
“Sea quitada de ustedes toda
amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia.” Efesios 4:31
“Cuando mi corazón se llenó de
amargura, y en mi interior sentía punzadas.”
Salmos 73:21
Una de las mayores tragedias que pueden ocurrir en la vida de alguien es
que su corazón se llene de amargura. Cuando nos encerramos en la contemplación
exclusiva de nuestros problemas y frustraciones, sin desearlo, inevitablemente
levantamos una muralla infranqueable que hace más daño, precisamente, a
nosotros mismos. Lo peor es que nadie está a salvo de posibilidad de amargarse.
A diferencia de lo que muchas personas creen, la amargura no depende de las
situaciones externas que nos asaltan sino de la actitud con que enfrentemos los
eventos disímiles que nos envuelven.
En el Salmo 73 el escritor se
dedica a mirar los acontecimientos a su derredor y su análisis comienza a serle
inquietante. Del mismo modo que nos sucede también a nosotros, él ve que
quienes menos lo merecen logran a menudo con creces los antojos de su corazón. La soberbia y la arrogancia parecen dar
buenos frutos en este mundo, al menos aparentemente.
A menudo somos tentados a pensar que no vale la pena el esfuerzo
sincero, limpio y desinteresado de invertir nuestra vida en el bien de los
demás. Con demasiada frecuencia en mi vida ministerial he escuchado decir a
personas muy heridas: Creo que no ha valido la pena mi entrega de amor y
sacrificio. De manera gráfica, el escritor dice: “Se llenó de amargura mi alma y mi corazón sentía punzadas, tan torpe
era yo, que no entendía.” ¿Has sentido alguna vez lo mismo? ¿Has visto a
quienes se dedican a hacer el mal, triunfar y vivir mejor, mientras tú sigues
en la misma condición o aún peor?
La realidad es que en situaciones así debemos cambiar el enfoque de
nuestra mirada. No es la contemplación del aparente triunfo de la maldad lo que
debe ocupar nuestras mentes. La solución
está en buscar y profundizar nuestra relación con Dios. El salmista dice: “Hasta que entrando en el santuario de Dios
comprendí…” (v. 17). Cuando las inconsistencias y tragedias de la vida
comiencen a causarte amargura, no hay duda: el primer paso debe ser acercarte a
Dios y contemplar la grandeza de sus obras.
¿Por qué entretenernos en la contemplación de todo lo que tienen otros,
o de lo que no tenemos nosotros, o de la forma aparente en que les va bien a
otros que no confían en Dios de la manera en que nosotros lo hacemos? ¿Qué
ganamos con hacer una lista de nuestras frustraciones y desencantos? ¿O de la
maldad que otros desarrollan a nuestro alrededor? Todo ello produce amargura.
El salmista nos ofrece el remedio para alejarnos de las garras de la
amargura: “Pero en cuanto a mí, el
acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para
contar todas tus obras.” (v. 28).
Siempre que descubras que la amargura está abriendo camino en tu corazón
debido a las injusticias o contradicciones a tu alrededor, dedícate a enumerar
las obras de Dios. Cuenta sus bendiciones, recuerda sus innumerables muestras
de amor, contempla su gracia inefable, su perdón abundante, su misericordia
infinita.
Contar las obras de Dios es el mejor
antídoto para la amargura. ¡Dios les bendiga!


