“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas
nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos
recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.” 2 Corintios 1:3-4
Con frecuencia nuestro
trabajo es una gran fuente de consuelo. En el campo de batalla de Gettysburgo
hubo una horrible confrontación y entre los heridos se encontraba un cierto capellán
llamado Eastman cuyo caballo le había dañado la espalda al caer sobre él. La
noche llegó con su densa y temible oscuridad y aquel hombre, incapaz de ponerse
en pie, yacía allí en su profundo dolor, pero en eso escuchó alguien que
exclamaba con una débil voz: «¡Oh, Dios!» Al escucharlo, se sintió motivado y
se arrastró por los charcos de sangre entre los muertos hasta llegar al lado de
aquel moribundo y le habló de Jesús y de la salvación gratuita que le ofrecía.
El hombre murió lleno de esperanza y precisamente entonces vinieron dos
soldados y le dijeron a Eastman que no muy lejos de allí se estaba muriendo el
capitán y debían llevarlo hasta allí. De modo que, a pesar de su intenso dolor,
se dispuso a llevar a cabo su obra de misericordia, y mientras aún era de
noche, habló de Jesús a muchos hombres moribundos. ¿Podía acaso haber tenido un
alivio mayor para su dolor? Pienso que no. ¿Por qué? Porque creo que el haber
permanecido allí sobre su espalda sin otra cosa que hacer que no fuera gemir y
llorar habría sido horrible, sin embargo, el hecho de ser llevado a otros, a
pesar de su angustia y dolor, para proclamar el mensaje de misericordia, ¡hizo
soportable el dolor de su espalda!
Así mismo cuando
extrañas a un amigo, o has perdido alguna posesión, o tu espíritu está cargado,
encontrarás tu consuelo más seguro al servir a Dios con todas tus fuerzas.
(A través de la Biblia
en un año: Jeremías 9-12)
CHARLES SPURGEON - (Devocional “A los Pies del Maestro”)