Dios está hablando cada
día una palabra fresca para todos los que quieran escuchar, pero muchos no
pueden oírla porque sus corazones se están endureciendo. En Hebreos leemos: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones" (Heb 3:7-8). La voz de Dios es una voz de
"hoy". Él quiere que escuchemos Su voz cada minuto.
Jesús nos advirtió
respecto a los oidores cuyo terreno es pedregoso: "Estos son asimismo los
que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al
momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta
duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la
palabra, luego tropiezan" (Marcos 4:16-17). Esto se refiere a los que les
gusta oír, que reciben todo lo que Dios dice con gozo. Pero la Palabra no se
arraiga en ellos. La voz de Dios no los cambia. Permanecen inquebrantables, con
sus corazones convirtiéndose en piedra. ¿Dónde están los corazones de piedra?
¿En la cárcel? ¿En las calles? Por desgracia, el corazón más duro puede ser
hallado en la casa de Dios, ¡entre aquellos que ni siquiera saben que están
endureciéndose!
Déjame decirte cómo es
que los cristianos llegan a tener corazones duros. Ellos se niegan a permitir
que la voz de Dios aplaste su terca voluntad. Ellos oyen la voz de Dios en Su
Palabra, en los sermones y algunas veces pueden oír esa voz apacible y
delicada. Sin embargo, ¡no la obedecen! La Palabra no puede echar raíz. Y hay
algo aún peor. Todos los días Dios está llamando a Su pueblo al lugar secreto
de oración porque Él quiere hablarles. Él
quiere hablarles sobre la obediencia, sobre los problemas, sobre el futuro y
darles dirección: "Os hablé desde temprano y sin cesar, no oísteis, y
os llamé, y no respondisteis" (Jeremías 7:13). Cada vez que rechazamos ese
llamado y en lugar de ello, perseguimos nuestros propios intereses y
ocupaciones, poniendo otras cosas antes que Dios; cada vez que nos perdemos de
un día de oír; cada vez que nos negamos a escuchar, nuestros corazones se
vuelven cada vez más fríos. Cada vez que escuchamos otra voz en lugar de
escuchar Su voz, nos endurecemos un poco más.
Cuando nos negamos a
disciplinarnos para estar a solas con Dios y escuchar Su voz, nos volvemos
ajenos a esa voz. Es una vergüenza ver lo que está sucediendo hoy en tantas
iglesias, en las que muchos ya no son capaces de reconocer la voz de Dios. El
Señor ve que se están endureciendo, pero Él todavía se preocupa por ellos y los
ama. Así que enciende la luz de Su Espíritu Santo sobre ellos, enviando una
palabra ardiente, penetrante, una voz de trueno para despertarlos. Pero la
Palabra los ofende, ¡la misma Palabra de Dios enviada para librarlos, los
ofende y ellos se enojan y se secan! "Salido el sol, se quemó; y… se
secó" (ver Mateo 13:6).
DAVID WILKERSON -
(DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)


