La única manera de ser
transformada y conformada en una novia aceptable para el rey era someterse a
los protocolos del palacio, incluyendo el del aceite.
En Juan 13:1-17 Jesús lava los pies de sus discípulos. Cuando Pedro
protesta, el Señor le asegura que ese lavado es necesario, es parte de ser Su
discípulo.
Nadie entra en una
corte real sin bañarse o vistiendo ropa sucia. Hacerlo sería un insulto al rey.
Ester pasó un año entero en tratamientos de limpieza y belleza preparándose
para una noche con el Rey Jerjes. José de la cárcel fue convocado para
interpretar los sueños del Faraón, pero antes de aparecer ante él, José se lavó
y se cambió la ropa. Aún la convocatoria más urgente del faraón esperó hasta
que José estuvo presentable.
De la misma manera,
ninguno de nosotros puede entrar en la presencia del Rey de reyes sin estar
preparado. El mal olor de nuestros pecados nos hace estar no presentables ante
el Dios Santo. Esto es por qué necesitamos ser lavados con la sangre de Jesús y
la unción del Espíritu Santo. Estos elementos quitan las manchas y el hedor de
nuestros pecados. La olorosa ropa de nuestra antigua pecadora naturaleza es
quitada y somos vestidos con vestiduras blancas de justicia de Cristo. Solo así
estamos presentables para entrar en la presencia de Dios.
La limpieza debe ser
antes de la unción. El aceite de la
unción solo se mezclaría con la mugre si la mugre no se quita antes. Jesús
lo aclaró a Sus discípulos (y a nosotros) con un ejemplo inolvidable. Después
de la Última Cena, en la noche antes de que fuera crucificado, Jesús se amarró
una toalla alrededor de su cintura, tomó un recipiente de agua y comenzó a
lavar los pies de sus discípulos. El lavado de los pies era una tarea designada
a los sirvientes de más baja estima. Pedro pensó que era inapropiado que su
Señor hiciera un trabajo tan bajo. Pedro le dijo, "no lavarás mis pies,
Jesús le contestó, si no lo hago, no tendrás parte conmigo"
Como Pedro aprendió,
debemos dejar que Jesús nos lave y nos haga limpios o de otro modo no tendremos
parte con Él. Jesús no nos lava con agua sino con su preciosa sangre. Después de
ser lavados viene la unción del Espíritu Santo. Este proceso toma tiempo, un periodo
necesario de espera y preparación. Antes de que ascendiera, Jesús les dijo a
sus discípulos que esperaran en Jerusalén hasta que fueran llenos del poder del
cielo. ¿Qué hicieron mientras? Lo adoraron y regresaron a Jerusalén con gran
gozo y estuvieron en el templo adorando y bendiciendo a Dios.
Ser lavados y ungidos
son protocolos del palacio del Rey. La adoración nos permite sumergirnos en esa
unción de aceite. Nos prepara para Su presencia. Alcanzar la presencia del Rey
vale mucho la espera. ¡No te impacientes en el proceso!
ORACIÓN. Señor, gracias por lavarme de mi pecado y ungirme con
tu Espíritu. Ayúdame a adorarte mientras me acerco a la intimidad de tu
presencia.
TOMMY TENNEY - (Dev. "VIDA NUEVA PARA EL MUNDO”)


