“En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no
han tenido que resistir hasta derramar su sangre. Y ya han olvidado por
completo las palabras de aliento que como a hijos se les dirige: «Hijo mío, no
tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda,
porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como
hijo. Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a
hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina?»” Hebreos 12:4-7
El amor y la
misericordia de Dios hacia sus hijos es constante; cuando estos se desvían, él
lamenta toda su culpa y su pecado. Entonces toma la vara en su mano y, a veces,
los hace llorar con amargura debido al dolor que el castigo provoca. Aplica la
vara a sus mismas almas y el hierro a sus espíritus, los hace llorar y gemir y
suspirar, pero todo lo que hace es en su misericordia, porque está decidido a
salvarlos. No permitirá que vayan sin
castigo, porque tiene misericordia de su necedad y su pecado.
Y nota también que el
propio castigo es un acto de misericordia, no hay un latigazo más de los que
deben ser, ni un golpe más de los que están determinados, ni una gota de
amargura más allá de las que son, y dicha gota nunca es demasiado amarga; la
aflicción tiene su medida y es balanceada y sopesada, todo ocurre como debe
ser, nunca más de lo que es necesario.
(A través de la Biblia
en un año: Isaías 45 - 48)
CHARLES SPURGEON - (Devocional “A los Pies del Maestro”)


