“El que en mí no permanece, es echado fuera como rama, y se seca, y los recogen, y las echan en el fuego, y arden.” Juan 15:6
LAS LECCIONES que nos enseñan estas palabras son muy simples y muy solemnes. Un hombre puede llegar a tal relación con Cristo, que se considera como parte suya, y sin embargo, puede ser echado. Puede que no haya tal permanecer en Cristo y el resultado de ello es ser echado y arder. Existen ramas secas, ramas que tenían una unión inicial con Cristo, al parecer, y en las cuales se ve que esta fe fue sólo algo temporal. ¡Qué llamada solemne para que observemos si somos ramas secas en nuestras iglesias, para examinarnos y ver si estamos permaneciendo y dando fruto!
Y ¿cuál puede ser la causa de este «no permanecer»? Para algunos se trata de que nunca han entendido que la vocación cristiana conduce a la santa obediencia y al servicio en amor. Se contentaban con la idea de que habían creído y estaban a salvo del infierno; no había ni motivo ni poder para permanecer en Cristo: no sabían nada de la necesidad de ello. Para otros fueron los cuidados de este mundo, su prosperidad lo que ahogó la Palabra: no lo habían dejado todo para seguir a Cristo. Para otros, todavía, fue que su religión y su fe estaban en la sabiduría de los hombres y no en el poder de Dios. Confiaban en los medios de gracia, o en su propia sinceridad, o en la solidez de su fe en la gracia justificadora; nunca habían llegado a buscar un permanecer total en Cristo como su única seguridad. No es de extrañar que, cuando soplaron los vientos ardientes de la tentación o de la persecución, se marchitaran: no tenían sus raíces verdaderamente en Cristo.
Abramos los ojos y veamos si hay ramas secas alrededor nuestro en las iglesias. Jóvenes cuyas profesiones de fe habían sido brillantes pero que se han enfriado. O viejos que han retenido su profesión pero en los cuales ha muerto la vida espiritual que una vez apareció en ellos. ¡Que los ministros y los creyentes tomen en serio las palabras de Cristo y vean y pidan al Señor si se puede hacer algo para las ramas que empiezan a secarse! Y que la palabra «permaneced» suene por toda la Iglesia hasta que cada creyente se agarre a ella, no como garantía, sino en un verdadero permanecer en Cristo.
Que cada uno de nosotros mire hacia dentro. ¿Es nuestra vida lozana, verde, vigorosa y que da fruto en la estación debida? (Véanse Salmos 1:3; 92:13, 14; Jeremías 17:7, 8.) Aceptemos cada aviso con la mente alerta, y que Cristo, al decirnos «si no permanecéis», nos impulse al «permaneced en mí». Si mi alma es recta, el secreto de permanecer me parecerá cada vez más simple, como el darme cuenta del lugar en que Dios me ha puesto; será algo así como el descanso de un niño mi unión con El y la confiada seguridad de que me guarda. ¡Oh, creamos que hay una vida en la cual no existe el marchitarse, que es siempre verde, y que da fruto en abundancia!
ORACIÓN. ¡Marchitado! Padre, vigílame, guárdame, y que nada ni un instante sea obstáculo para la lozanía que me viene de permanecer en la Vid. Que cada pensamiento sobre una rama seca me llene de terror y de cuidado.
ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)