“Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca.” Juan 15:16
HAY ALGUNOS FRUTOS que no se conservan bien: fruto que debe ser consumido inmediatamente; pero hay algunos frutos que se conservan durante un año o más. Así ocurre en la obra cristiana, en que hay fruto que no dura. Hay mucho que complace y edifica, y, con todo, no hace impresión permanente en los poderes del mundo o el estado de la Iglesia. Por otra parte, hay obra que deja su marca durante generaciones o por la eternidad. Es en esta obra que el poder de Dios se hace sentir definitivamente. Es el fruto del cual habla Pablo cuando describe los dos estilos de ministerio: «Mi predicación no fue con palabras elocuentes de sabiduría, sino en demostración del Espíritu y de poder; para que vuestra fe no se apoye en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.» Cuanto más hay de humano, en sabiduría y poder, menos estabilidad y permanencia; cuanto más hay del Espíritu de Dios, más hay respecto a fe establecida en el poder de Dios.
El fruto revela la naturaleza de un árbol. ¿Cuál es el secreto de llevar fruto que permanezca? La respuesta es simple. Cuando nuestras vidas permanecen en Cristo, al permanecer nosotros en El, el fruto que produzcamos permanecerá. Cuanto más permitamos que sea eliminado lo que es de la voluntad humana, que sea podado por el divino Labrador, más intensamente nuestro ser se retraerá del mundo para que Dios pueda obrar en nosotros por su Espíritu; es decir, cuanto más plenamente permanezcamos en Cristo, más permanente será nuestro fruto.
¡Qué bienaventurada idea! El te escogió y te mandó que dieras fruto y que tú fruto permaneciera. El nunca mandó a ninguna rama que diera fruto que no permaneciera. Cuanto más profundamente entró en el propósito de esta gracia electiva, más segura es mi confianza de que puedo llevar fruto para vida eterna, para mí y para otros. Cuanto más profundamente entro en este propósito de su amor que elige, más comprendo que el lazo que une el propósito desde la eternidad y el fruto para la eternidad es el permanecer en El. El propósito es suyo, El lo ejecutará; el fruto es suyo, El lo llevará; el permanecer es suyo, El lo mantendrá.
Que todos los que profesen ser obreros cristianos hagan una pausa. Pregunta si estás dejando tu marca para la eternidad en aquellos que te rodean. No es tu predicación o tu enseñanza, tu fuerza de voluntad o el poder de tu influencia que dará garantía de ello. Todo depende de que tengas tu vida llena de Dios y su poder. Y esto, otra vez, depende de que tu vida sea verdaderamente como la de una rama: permaneciendo en comunión íntima e ininterrumpida con Cristo. Es la rama que permanece en El, la que da mucho fruto, fruto que permanece.
Bendito Señor, revela a mi alma, te ruego, que Tú me has escogido para llevar mucho fruto. Que ésta sea mi confianza, que tu propósito pueda ser realizado: Tú me escogiste a mí. Que éste sea mi poder: el abandonarlo todo y entregarme a Ti. Tú mismo perfeccionarás lo que ya has empezado. Atráeme a morar en tu amor, y, en la certidumbre de este propósito eterno, que el poder de la eternidad me posea y el fruto que dé permanezca.
ORACIÓN. Que vuestro fruto permanezca. Oh Vid divina, empieza a hacerse claro en mi alma que tienes que darme fruto, más fruto, mucho fruto; fruto que permanezca es lo que me has de dar, y lo que tengo que darte yo como rama. Aquí estoy. Bendito Señor, obra tus propósitos en mí; déjame llevar mucho fruto, fruto que permanezca para tu gloria.
ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)
DÍA 31
ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)
DÍA 31
“...y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y
vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os
lo dé.” Juan 15:16
EN EL PRIMER VERSÍCULO de nuestra parábola Cristo se reveló
como la Vid verdadera, y dijo que el
Padre era el Labrador, y pidió para
Él y para el Padre un lugar en nuestro corazón. Aquí, en el último versículo,
resume todas sus enseñanzas en el doble propósito para el cual nos ha escogido.
Con referencia a sí mismo —la Vid—, el propósito era que llevaran mucho fruto.
Con referencia al Padre, era que todo lo que pidieran en Su nombre les sería
hecho por el Padre celestial. Como el fruto es la gran prueba de nuestra
verdadera relación con Cristo, la oración es la prueba de nuestra relación con
el Padre. Un permanecer fructífero en el Hijo, y una oración que prevalece ante
el Padre, son los dos grandes factores de la verdadera vida cristiana.
Para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
—
Estas son las palabras con que se cierra la parábola de la Vid. Todo el
misterio de la vid y sus ramas nos conduce a otro misterio: que ¡cualquier cosa
que pidamos en Su nombre, el Padre nos la dará! Vemos aquí la razón de la falta
de oración y de la falta de poder en la oración. La causa de esta falta es que
vivimos tan poco la vida de la rama —porque no nos abandonamos a la vid, no
permaneciendo en ella enteramente— que nos sentimos muy poco constreñidos a la
oración abundante, poco confiados de que seremos oídos, y por ello no sabemos
usar su nombre como una llave para el granero de Dios. La Vid plantada en la
Tierra ha alcanzado el Cielo; es sólo el alma que permanece total e
intensamente en ella que puede alcanzar el Cielo con poder y prevalecer.
Nuestra fe en la enseñanza y la verdad de la parábola, en la verdad y la vida
de la Vid, debe mostrarse por el poder en la oración. La vida de permanencia y
obediencia, de amor y gozo, de pureza y de fruto, nos conducirá al poder de la
oración.
Todo lo que pidáis. — La promesa fue dada a los
discípulos que estaban dispuestos a entregarse —a semejanza de la verdadera
Vid— a sus prójimos. Esta promesa era toda su provisión para el trabajo; la
aceptaron literalmente, creyeron en ella, la usaron y encontraron que era
verdadera. Entreguémonos nosotros —como ramas de la Vid verdadera y a su
semejanza— a la obra de salvar hombres, de llevar fruto para la gloria de Dios,
y encontraremos una nueva virtud y poder en la oración y en la promesa de «todo
lo que pidáis». Nos despertaremos a nuestra maravillosa responsabilidad de
tener en esta promesa las llaves del granero del Rey y no descansaremos hasta
haber recibido el pan y la bendición para los que perecen.
«Os escogí para que llevéis fruto, y vuestro fruto
permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.» Querido discípulo,
procura, sobre todo, ser un hombre de oración. Aquí hay el ejercicio del
privilegio más elevado como rama de la Vid; aquí hay la plena prueba de que
eres renovado a la imagen de Dios y de su Hijo; aquí está tu poder para mostrar
que tú, como Cristo, no vives para ti mismo, sino para otros; aquí puedes
entrar en el Cielo para recibir dones para los hombres; aquí tu permanecer en
Cristo ha conducido a que El permanezca en ti y te use como cauce e instrumento
de su gracia. El poder llevar fruto para los hombres ha sido coronado por el
poder de prevalecer ante Dios.
«Yo soy la vid, mi Padre es el Labrador.» La obra de Cristo en
ti es llevarte al punto en que el Padre pueda cumplir su Palabra en ti: «En
aquel día pediréis en mi nombre; y no digo que yo pediré al Padre por vosotros;
porque el mismo Padre os ama.» El poder del acceso directo al Padre, por parte
de los hombres; la libertad de interceder, pidiendo y recibiendo bendición para
ellos en fe, es el ejercicio más elevado de nuestra unión con Cristo. Que todos
los que quieran ser ramas de modo verdadero y pleno se den a la obra de
intercesión. Es la gran obra de Cristo, la Vid, en el Cielo, la fuente de poder
para toda su obra. Haz de ella tu gran obra como rama: será el poder de toda tu
obra.
ORACIÓN. En mi nombre. Sí, Señor, en tu nombre, el nuevo nombre que
Tú te has dado aquí, la Vid verdadera. Como rama, permaneciendo en Ti en
devoción entera, dependencia total, perfecta conformidad y permanencia
fructífera, vengo al Padre, en Ti, y El me dará lo que pida. ¡Que mi vida sea
para la intercesión incesante y que ésta prevalezca!
ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)