“Con tu buen Espíritu les diste entendimiento. No les quitaste tu maná de la boca; les diste agua para calmar su sed.” Nehemías 9:20
En este pasaje de Nehemías se le atribuyen dos características al Espíritu Santo: inteligencia y bondad. Hay quienes dicen que la persona del Espíritu se manifiesta en el Nuevo Testamento pero no en el Antiguo, es difícil aceptar esta afirmación. Este versículo también sustenta con claridad la doctrina de la Trinidad, la cual, según algunos, no se encuentran en el Antiguo Testamento. Pero el hecho es que se encuentran centenares de referencias a dicha doctrina en el Antiguo Testamento.
“No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). En este pasaje se le atribuye al Espíritu Santo la capacidad de sentir agravio. En otras palabras, el Espíritu Santo no es solo una influencia o poder impersonal que mora en su corazón y en el mío. No; Él es una persona, y una persona que nos ama, que es santa y que es intensamente sensible al pecado; una persona que retrocede ante el pecado, aún en lo que nosotros podríamos llamar sus formas más livianas, como la persona más santa sobre la tierra jamás retrocedió ante las más grotescas y repulsivas formas de pecado.
Y Él ve cualquier cosa que hacemos, oye cualquier cosa que decimos, conoce cada uno de nuestros pensamientos, y si hay algo impuro, no santo, inmodesto, sin amor, falso censurador, amargado o que no es como Cristo de alguna manera, en palabra, pensamiento o acción, entonces es Él agraviado más de lo que podemos expresar.
Este es un pensamiento maravilloso, es el incentivo más poderoso que conozco para vivir y andar con cuidado; para un caminar que agrade y complazca al que mora en nosotros, tanto en pensamiento como en palabra y obra.
Tener este pensamiento del Espíritu Santo en nuestra mente nos ayudará a resolver todas las preguntas y a aclarar todas las áreas oscuras que nos causen perplejidad en nuestros días. Si existe alguna duda en cuanto a si es correcto o no realizar una acción determinada, tan solo debemos considerar que si nosotros vamos, el Espíritu Santo irá también, porque Él mora en nuestro corazón. ¿Vamos a un lugar, o tenemos un pensamiento que es agradable al Espíritu Santo? Si no lo es, detengámonos de inmediato.
ORACIÓN. Padre Dios, me maravillo ante las infinitas personas de tu Hijo y de tu Espíritu Santo. Pero si estas palabras que comprendo con mi mente han de hacer una diferencia en mi vida, entonces deben penetrar lo profundo de mi corazón. Sopla el aliento de tu vida dentro de mí, y cámbiame, Señor. Amén.
R. A. TORREY (Devocional diario “EL ESPÍRITU SANTO”)