viernes, 19 de septiembre de 2014

El amor maravilloso 19 septiembre




“Así como el Padre me ha amado, también yo os he amado; permaneced en mi amor.”  Juan 15:9


AQUÍ CRISTO DEJA el lenguaje alegórico de la parábola y nos habla de un modo directo del Padre. Por más que la parábola nos puede enseñar mucho, no puede enseñar la lección del amor. Todo lo que la vid hace por la rama, lo hace bajo la compulsión de una ley natural: no hay amor personal vivo en la rama. Estamos en peligro de mirar a Cristo como Salvador, proveedor de toda necesidad, designado por Dios, aceptado por nosotros, que tenemos confianza en El, sin tener ningún sentido del intenso afecto personal con el cual Cristo nos abraza, y que sólo en El nuestra vida puede encontrar felicidad.

Y ¿cómo lo hace? Nos conduce otra vez a Sí mismo para mostrarnos cuán idéntica es su propia vida a la nuestra. Como el Padre le amó, lo mismo nos ama El a nosotros. Su vida como Vid dependió del Padre, una vida en el amor del Padre; este amor fue su fuerza y su gozo; en el poder de este amor divino, descansando en El, vivió y murió. Si hemos de vivir como El, como ramas y ser verdaderamente como la Vid, hemos de participar en todo esto también. Nuestra vida debe tener su aliento y su ser en un amor celestial, como la suya. Lo que el amor del Padre fue para El, debe ser para nosotros. Si este amor le hizo la Vid verdadera, su amor debe hacernos a nosotros verdaderas ramas. «Como el Padre me ha amado, también yo os he amado.»

Como el Padre me ha amado. — Y ¿cómo le amó el Padre? El amor de Dios a Cristo fue el infinito deseo y deleite de Dios de comunicar al Hijo todo lo que El tenía, de poner al Hijo en una completa igualdad con El mismo, de vivir en el Hijo y de que el Hijo viviera en El. Es un misterio de gloria del cual no podemos hacernos idea; sólo podemos inclinarnos y adorar cuando tratamos de pensar en él. Y con este amor, con este mismo amor, Cristo desea, con deseo y deleite infinitos, comunicarnos a nosotros todo lo que El es y tiene, hacernos partícipes de su propia naturaleza y bendición, vivir en nosotros y que nosotros vivamos en El.

Y ahora, si Cristo nos ama con un amor tan infinito, tan intenso, tan divino, ¿qué es lo que impide que triunfe sobre cualquier obstáculo y obtenga plena posesión de nosotros? La respuesta es simple. Lo mismo que el amor del Padre a Cristo es un misterio divino, el de Cristo a nosotros es demasiado elevado para nuestra comprensión o para que lo consigamos por medio de esfuerzo alguno. Sólo el Santo Espíritu puede derramar y revelar en todo su poder, sin interrupción, este maravilloso amor de Dios en Cristo. Es la misma vid que debe dar a la rama su crecimiento y fruto enviándole su savia. Es Jesucristo mismo quien debe vivir en nuestro corazón por medio del Espíritu Santo; entonces conoceremos y tendremos en nosotros el amor que sobrepasa todo conocimiento.

Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado. — ¿No nos acercaremos al amante Jesús, no confiaremos en El y se lo cederemos todo a Él, para que El pueda concedernos este amor suyo? Como El conoció el amor del Padre y se regocijó en él en todo momento, nosotros también podemos vivir teniendo presente constantemente que «como el Padre le amó, El nos ama a nosotros».

ORACIÓN. Como el Padre me ha amado, también yo os he amado. Señor, estoy empezando a comprender en qué manera la vida de la Vid ha de ser exactamente también la de la rama. Tú eres la Vid, porque el Padre te amó y derramó su amor a través de ti. Y, por tanto, Tú me amas, y mi vida como rama ha de ser como la tuya, un recibir y dar el amor celestial.


ANDREW MURRAY - (Devocional diario “LA VID VERDADERA”)







TRADUCCIÓN