“Por aquel tiempo se fue
Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios.” Lucas 6:12
Jesús fue a la montaña a orar evitando hacer de la oración una demostración
pública. Si oramos para ser vistos de los hombres esa será en sí nuestra
recompensa, muy lastimosa por cierto: la admiración de los tontos y superficiales, y nada más. Si nuestro
objetivo al orar es obtener bendiciones de
Dios, debemos presentar nuestras oraciones sin la contaminación de la
observación humana. Vaya a solas con su Dios si es que quiere que su brazo
actúe a su favor. Si ayuna, no dé a los hombres la apariencia de que ayuna. Si
esta implorándole algo personal a Dios, no se lo diga a nadie más. Tenga
cuidado de que sea un secreto entre Dios y su alma, entonces su padre celestial
le recompensará en público, haciendo tocar trompeta en las esquinas de las
calles, irá donde fue el fariseo, al lugar en donde los hipócritas sufren por
siempre la ira de Dios.
Jesús, por lo tanto, para evitar interrupciones, para tener la
oportunidad de derramar toda su alma ante de Dios y para evitar la ostentación,
buscó la montaña. ¡Qué gran oratorio,
qué gran lugar para que el Hijo de Dios orara! ¿Qué paredes lo habrían
albergado mejor? ¿Cuál recinto hubiera sido más apropiado para tan poderoso
intercesor? El hijo de Dios entró a su propio templo de la naturaleza, el
más adecuado para Él, para que Él tuviera comunión con el cielo. Esas
gigantescas colinas y las largas sombras proyectadas por la luz de la luna
fueron la única y digna compañía. Ninguna ceremonia espléndida ni pomposa
podría haber igualado la gloria de la naturaleza a la media noche en la agreste
montaña en donde las estrellas, como si fueran los ojos de Dios, miraban al
adorador y en donde el viento parecía llevar la opresión de sus suspiros y la
brisa obsecuente para esparcir sus lágrimas. Sansón en el templo de los
filisteos moviendo las columnas gigantes es un simple enano comparado con Jesús
de Nazaret moviendo los cielos y la tierra al postrarse en el gran templo
del Señor.
ORACIÓN. Padre mío, yo también buscaré tu presencia en un lugar privado. Que yo
pueda mover hoy tu mano. Amén.
CHARLES SPURGEON -
(Devocional diario "LA
ORACIÓN ")


