¿QUÉ HACER CUANDO NUESTRA VIDA
ESPIRITUAL ESTÁ HECHA UN DESASTRE?
Por Elisa Galotti
Me agrada ver a mi marido lavar los platos. No solo porque siento gozo
al ver a Justin sirviendo en nuestra casa, sino porque también me gusta su
metodología única de lavarlos. Cuando estoy limpiando después de tener
huéspedes o de una comida familiar, enfrento el desorden y me pongo a lavar.
Sin estrategia. Sin método. Yo solo me pongo guantes y empiezo a fregar,
haciendo eventualmente camino en medio del caos.
Justin, sin embargo, es preciso, orientado al detalle, y tiene un método
para lavar platos que encuentro fascinante y divertido. Antes de comenzar a
lavarlos, organiza el desorden. Antes de lavar un solo plato, Justin organiza
los platos en pilas, limpia las mesetas, la mesa, y hace que la pila de platos
sucios luzca limpia y ordenada. Luego comienza a fregar. Los dos nos divertimos
cuando bromeo con él acerca de esto, haciendo bromas alegres acerca de cuál es
el montón de platos sucios más limpio y organizado que he visto jamás.
(¡Entonces, me apresuro en darle las gracias por hacerlo, no sea que tenga una
idea equivocada y me pregunte si prefiero hacerlo yo misma!)
Aunque muchas de nosotras no enfrentamos la limpieza de los desórdenes
de la cocina de esta manera, enfrentamos otros desórdenes –más importantes–.
EN UN DESORDEN ESPIRITUAL
A veces estamos en medio de un
desastre espiritual, ¿no es así? A veces, nuestros corazones están apáticos, se
enfrían, están indiferentes, y nuestro deseo de Cristo parece poco sincero o
inexistente. Sentimos la frialdad dentro de nosotras, y Dios parece tan lejano,
tan inaccesible. Y luego está nuestro pecado. Todos estamos luchando con el
pecado, pero a veces es tan feo, tan sucio, tan fresco. Nos sentimos sucias,
rotas, vestidas de vergüenza, y distantes de Dios.
¿Qué hacemos cuando nos sentimos así? ¿Cuál es nuestro instinto? A
veces, nuestro instinto es mantenernos alejadas y esperar para acercarnos a
Dios –para hablar con Él– hasta que de alguna manera nosotras mismas pongamos
un poco las cosas en orden, hasta que estemos un poco más presentables, hasta
que estemos menos confusas. Esperamos hasta que nuestro pecado esté más alejado
de nosotras, un poco más alejado. Esperamos hasta "retomar de nuevo el
camino" o hasta tener control de la lista de las cosas espirituales que se
supone que debamos estar haciendo. Esperamos hasta tener los sentimientos
correctos. Esperamos para acercarnos a Dios hasta habernos limpiado nosotras
mismas y estar menos desastrosas.
• ¿Acaso olvidamos que Dios ya está con nosotras diariamente en cada
momento de complicación?
• ¿Acaso olvidamos que Dios nos ve en nuestros momentos de pecados más
horribles y nuestra vergüenza más profunda?
• ¿Nos olvidamos que Dios, y no nosotros, es el que pone distancia entre
nuestro pecado y Su santidad?
NO HAY NECESIDAD DE PONER TU CORAZÓN
EN ORDEN
Es como si a veces, cuando nos acercamos a nuestro Padre Celestial en
oración, involuntariamente, tratáramos de poner en orden la situación real de
nuestro corazón. En lugar de venir como somos, llenos de problemas, retrasamos
el acercarnos a Él, y luego, cuando lo hacemos, hablamos con jerga cristiana,
discursos piadosos y peticiones "correctas".
Sabemos que:
• Dios quiere sinceridad reverente.
• Dios ve el corazón.
• En Cristo, somos justificadas y amadas.
• Somos Sus hijas, hechas hermosas, revestidas de la
justicia de Cristo.
• Nada nos podrá separar de Su amor nunca.
Y, sin embargo, a sabiendas de todo esto, todavía a veces nos acercamos
a Dios y oramos como si tuviéramos que sacudirnos el polvo y limpiarnos
nosotras mismas para que Dios nos acepte, nos escuche, nos ame.
Dios no nos pide que seamos pulcras o suaves; Él no desea que
resplandezcamos, no desea que tengamos corazones impecables, pero sí, corazones
contritos y humillados (ver Salmo 51).
Cuando estamos confundidas por el pecado, podemos acercarnos a Dios con
humildad –sí, con arrepentimiento– pero con denuedo absoluto y sin demora. Por
causa de la cruz, podemos "acercarnos con confianza al trono de la gracia
para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna"
(Hebreos 4:16).
Así que, ¿qué debemos hacer cuando estemos espiritualmente vueltas un
desastre? Recordemos a Aquél cuyo amor teñido de sangre escarlata y preciosa
nos ha lavado, limpiado, y nos ha acercado a Dios tal como somos. No nos
limpiamos nosotras mismas antes y luego nos acercamos a Él, sino que llegamos
en medio del desastre de nuestro pecado y ofrecemos nuestros corazones. Él es
el que nos limpia.
¿Crees esto? ¿Crees que, aún cuando eres un desastre, gracias a Jesús,
puedes venir a Dios tal como eres?
(Tomado con permiso. Este artículo procede del Ministerio Aviva Nuestros
Corazones ® www.avivanuestroscorazones.com)