“Hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo.” Mateo
6:10
Dios conoce lo que contribuye mejor a sus designios de misericordia. Él
ordena todas las cosas según el consejo de su voluntad y ese consejo jamás se
equivoca. Aceptemos en adoración que así sea y no deseemos que su sabia
voluntad sea modificada. Esa voluntad puede ser costosa para nosotros, pero
Dios no obliga nuestras voluntades. Que nuestras mentes sean totalmente
obedientes a la voluntad divina. La voluntad de Dios quizá nos traiga privación, enfermedad y pérdida,
pero aprendamos a decir: “Él es el Señor; que haga lo que mejor le parezca” (1
Samuel 3:18). No solo debemos someternos a la voluntad divina, sino estar de
acuerdo con ella hasta el punto de regocijarnos en las tribulaciones que ella
pueda deparar. Este es un gran logro pero somos nosotros quienes determinamos
alcanzarlo. Quien nos enseñó a orar sometiendo nuestra voluntad practicó este
principio sin ninguna restricción. Cuando el sudor como sangre bañaba su rostro
y todas las posibles angustias y los temores humanos lo agobiaban, no cuestionó
el decreto del Padre, por el contrario, bajo su cabeza y clamó: “No se haga mi
voluntad sino la tuya” (Lucas 22:42).
Si la oración no hubiera sido dictada por el mismo Señor Jesús, la
consideraríamos demasiado atrevida. ¿Podría ser que esta tierra, una mera gota
comparativamente tan pequeña, pueda tocar el gran mar de la vida y de la luz y
no perderse en él? ¿Puede convertirse en el cielo y seguir siendo la tierra? En
esta tierra sujeta a vanidad, manchada por el pecado, surcada por la
aflicción…. ¿Puede la santidad habitar en ella como si fuera el cielo? Nuestro
divino instructor no nos pediría que oráramos por imposibilidades. Él pone
en nuestra boca tales peticiones porque pueden ser oídas y respondidas. Esta
oración de sumisión y sometimiento sigue siendo una gran oración matizada con
lo infinito. ¿Puede la tierra estar en sintonía con las armonías celestiales?
Puede y debe estarlo porque el que nos enseñó
esta oración no estaba haciendo burla de nosotros con palabras vanas. Esta es
una oración valiente que solo una fe proveniente del cielo puede expresar. No
es la semilla de la presunción, porque la presunción no anhela que la voluntad
del Señor se realice de manera perfecta.
Allá arriba no se juega con las cosas sagradas; los habitantes del cielo
“ejecutan la voluntad de Dios obedeciendo a la voz de sus preceptos” (Salmo
103:20). Que aquí abajo no solamente se predique y se cante acerca de la
voluntad divina, sino que “se haga…. en la tierra… como en el cielo.”
ORACIÓN. Padre Celestial, cualquiera que sea el costo de tu voluntad para mí en
el día de hoy, es muchísimo menos de lo
que le costó a tu Hijo, mi Señor Jesús. Tu voluntad sea hecha en mi vida. Amén.
CHARLES SPURGEON - (Devocional diario "LA ORACIÓN ")