¿ERES ELOCUENTE?
Por Philip Nunn
Después de 40 años en el desierto, Moisés perdió esa confianza que tenía
en sus propias habilidades y su educación profesional. Para poder sacar al
pueblo de Israel de Egipto, tendría que negociar con el Faraón y motivar,
organizar y liderar una nación de esclavos. Moisés estaba convencido que para
tener éxito en esta tarea necesitaba elocuencia. “Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de
fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo
en el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al
hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo
Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar”
(Exodo 4:10-12).
Claro que es una buena idea el aprender a comunicar lo más claro y eficaz
posible, pero el éxito del mensaje Cristiano depende de la facilidad que tenga
Dios de hablar por medio de nosotros. Nuestra dependencia en Dios promete
mejores resultados que nuestro profesionalismo y nuestra elocuencia.
La realidad es que el apóstol Pablo estaba convencido que a veces
nuestra elocuencia puede estorbar la obra que Dios quiere hacer en los
corazones de los que nos escuchan. Escribió, “cuando fui a vosotros para
anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de
sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y
mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas
de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que
vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de
Dios” (1 Cor. 2:1-5).
¿No importa, entonces, cómo presentamos el mensaje? ¿Qué papel juegan la
claridad, la belleza, la lógica y la convicción en la presentación del mensaje?
El apóstol también pidió oración por el ‘cómo’, es decir, por la manera en que
debía presentar el mensaje de Dios: “para que lo manifieste como debo hablar.”
Luego animó a sus lectores a compartir el mensaje de Dios, usando
siempre palabras “con gracia, sazonada con sal” (Col. 4:4, 6). El apóstol Pablo sabía muy bien que sólo el
Espíritu de Dios puede convertir un alma, y sin embargo, en sus discursos buscaba
“persuadir” a sus oyentes (2 Cor. 5:11). Debemos depender plenamente de la
obra del Espíritu Santo al comunicar el mensaje Divino, pero también debemos
emplear nuestros mejores esfuerzos en la presentación de dicho mensaje. ¿Cuál es
su lado fuerte? ¿Dependencia en el Señor o calidad de presentación? Tal vez
sería bueno esforzarnos en mejorar en ambos.


