Yo creo que el hijo
pródigo volvió a casa por lo que había vivido con su padre, por la historia que
tenían. Este joven conocía el carácter de su padre y aparentemente había
recibido un gran amor de él. Él debió haber sabido que si retornaba, él no
sería condenado por sus pecados ni les serían echados en cara.
Nota cómo el padre del
hijo pródigo lo recibió en tal lamentable estado. El joven tenía la intención
de ofrecer una confesión de todo corazón a su padre, pero cuando él vio a su
padre, no tuvo la oportunidad de confesar completamente. Su padre lo interrumpió
corriendo hacia él y lo abrazó.
El joven sólo pudo
pronunciar el comienzo de su disculpa, diciendo, “Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v. 21). Pero su padre no esperó a que terminara.
Para él, el pecado del joven ya había sido saldado. La única respuesta del
padre fue dar una orden a sus siervos: “Pónganle el mejor vestido a mi hijo y
un anillo en su dedo. Preparen un festín, porque vamos a celebrar. Regocíjense
todos, mi hijo está en casa”. Él conocía el corazón de su hijo. Él sabía que se
había arrepentido completamente.
El pecado no era el
tema para este padre. El único tema en su mente era el amor. Él quería que su
muchacho sepa que era aceptado aún antes de que él pudiese pronunciar una confesión.
Y ese es el punto que Dios quiere mostrarnos a todos: Su amor es más grande que
todos nuestros pecados. “Su benignidad te guía al arrepentimiento” (Romanos
2:4).
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)