“[El Padre] entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás
conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y
regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había
perdido, y es hallado.” Lucas 15:31-32
El hijo más joven, el
hijo pródigo, estaba entrampado en un fango de soledad provocado por el pecado.
Estaba muerto en su propia voluntad y en su miseria, experimentó algo más allá
de su dolor… ¡experimentó su perdición!
Mientras pensaba en su
padre, quería volver con él para someterse por entero. Sabía que nunca podría
compensar o agradar a su padre a través de cualquier buena obra. También se dio
cuenta de que estaba dependiendo totalmente de la gracia y amor de su padre
para que haya cualquier tipo de restauración.
Pero el hijo mayor
nunca tuvo un sentido de su perdición, de lo vano que era tratar de zanjar el
abismo existente entre él y su padre, por lo que nunca hizo frente a su
necesidad de hacer morir al yo.
Amados, ese abismo no
puede ser zanjado por obras, promesas o esfuerzo propio. Nuestra aceptación en el amor del Padre viene sólo a través de la
sangre de Jesucristo. No hay ninguna otra plegaria. Sólo la cruz zanja el
abismo.
Puedes estar en contra
de todo lo que he escrito aquí. Puedes decir: “Hermano Wilkerson, usted le está
diciendo a los pecadores que si ellos simplemente se arrepienten, todo
súbitamente va a estar bien, y que Dios les borrará su pasado y que los traerá
inmediatamente para Su favor y bendición.”
Sí, eso es exactamente
lo que estoy diciendo… ¡porque eso es lo que está diciendo Jesús en esta
parábola! Cada vez que un pecador se vuelve al Señor en absoluto
arrepentimiento, quebrantamiento y humildad, es llevado de inmediato a los
brazos amorosos de su Pastor.
La gracia se concede
gratuitamente a aquellos que han muerto a los sentimientos de valor propio… ¡y
que han reconocido cuán perdidos están!
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)