Cuando el viejo profeta
Elías pasó su ultimo día en la tierra, decidió visitar las ciudades de Bet-el y
Jericó. Invitó a su siervo Eliseo a acompañarle, y los dos partieron en lo que
yo veo como un “viaje de enseñanza”. Después de visitar ambas ciudades, llegaron
a la orilla del río Jordán. Elías se quitó su manto -una toga o prenda ancha,
suelta, acomodada- y golpeó el agua con ella. Sobrenaturalmente, el agua se
partió, y los dos hombres cruzaron sobre un suelo seco (Ver 2 Reyes 2:8).
¿Por qué Elías se empeñó
en pasar milagrosamente el río? El Jordán no era un río profundo y ancho, y la
escritura no da evidencia de que el río estaba crecido. Además, había cincuenta
profetas jóvenes y fuertes al otro lado que, en cuestión de pocas horas,
podrían haber construido una balsa para ellos.
Creo que Elías buscaba enseñar a su sucesor, que los cruces
milagrosos del pasado –desde Moisés, a Josué, hasta éste día– eran todas
historias antiguas. Él quería desafiar a Eliseo, como diciendo: “Cuando
empieces tu propio ministerio, y prediques que Dios es un Dios de milagros,
tienes que testificar de lo que él ha hecho por ti personalmente. Pronto me
habré ido, Eliseo, y mañana, cuando regreses a este río, quiero que lo vuelvas
a cruzar de la manera que viniste. Cree a Dios por lo milagroso en tu propia
vida.”
La mayoría de nosotros
no tiene fe para creer en Dios para nuestros propios milagros de hoy. Pasamos
nuestro tiempo leyendo atentamente sobre los increíbles milagros en las
escrituras, pero en todas ellas Dios nos está diciendo: “Tengo algo aun mejor
para ti. Quiero hacer milagros en tu vida, cambiar tu hogar, sanar tu
matrimonio, salvar a aquellos que amas que aun no son salvos. Enfrentarás tu
propio mar rojo, tu propio río Jordán, y yo quiero partir esas aguas para ti.”
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)