ADORACIÓN DE VERDAD
Por Philip Yancey
El cristianismo ocupa un lugar único entre las religiones del mundo.
Nuestra fe proclama a un Dios ante el cual aun los más grandes santos se
quitaron el calzado, cayeron sobre su rostro y se arrepintieron en polvo y
cenizas. A la misma vez, revela a un Dios que se presentó sobre la tierra en
forma de bebé, mostró tiernas bondades hacia los niños y los débiles, nos
enseñó a llamarle «Abba» y amó y fue amado. El Señor es, a la vez, trascendente
e inmanente, según nos dicen los teólogos. Nos
inspira al espanto como al amor, al temor como a la amistad.
A la mayoría en esta época, sin embargo, se le hace sumamente difícil
sentir temor. Hemos domesticado a los ángeles para convertirlos en juguetes y
decoraciones navideñas, creado caricaturas de Pedro frente a las puertas del
cielo, amansado el fenómeno de la resurrección con huevitos de pascua, y
sustituido el asombro de los pastores y reyes magos por graciosos duendes y un
simpático gordo vestido de rojo. Nos referimos al Dios todopoderoso con apodos
tales como «el jefe» o «el de allá arriba».
En un artículo publicado en la revista Christianity Today, en febrero de
2005, volví a escribir sobre un tema recurrente en mi vida. ¿Cómo es que la
palabra adoración se convirtió en sinónimo de música? Por varios meses mi
propia congregación salió a buscar un «pastor de adoración», y un desfile de
candidatos con guitarra aparecieron en la iglesia, acompañados de sus músicos.
Algunos oraron: «Señor, tú sabes, acompáñanos esta noche, como que queremos
sentirte, ¿entiendes?» Pocos revelaron algún conocimiento de teología; ni uno
solo logró conducirnos hacia una experiencia de asombro. La adoración, hoy, significa llenar con elevados decibeles cada espacio
de silencio.
Doy gracias por el espíritu de celebración y gozo que acompañan muchas
de las innovaciones musicales en la Iglesia. No obstante, me pregunto qué es lo que
se nos ha perdido cuando intentamos reducir la distancia entre criatura y Creador,
una distancia tan admirablemente descripta por Job, Isaías y los salmistas.
Juan, el discípulo amado por Jesús, en cuyo pecho se había recostado, nos dice
en el Apocalipsis que, frente a la aparición de Cristo en toda su gloria, ¡cayó
como muerto a sus pies!
El estilo de la adoración oscila, como un péndulo, entre un extremo y
otro, de lo ortodoxo a lo carismático, de lo anglicano a lo menonita, de lo
luterano a lo moravo, de iglesias estatales a movimientos emergentes
contraculturales. Quizás necesitemos combinar algo de cada extremo. Soren
Kierkegaard alguna vez dijo que hablamos de adoración como si el pastor y los
músicos fueran los actores, y la congregación los espectadores. En realidad,
Dios debería ser el espectador, el pastor y los músicos los apuntadores y la
congregación los verdaderos participantes.
Todo esto nos lleva a una interesante pregunta: ¿Qué clase de música
prefiere Dios? Tendremos mucho tiempo para descubrir la respuesta a esto, pues
el Apocalipsis nos revela muchas escenas en que las criaturas adoran a Dios con
música y oración.
El filósofo y escritor judío Abraham Herschel nos dice que «el asombro,
a diferencia del temor, no nos lleva a alejarnos del objeto que nos inspira
este asombro sino, por el contrario, a acercarnos cada vez más a él». Se
dice que Martín Lutero oraba con la reverencia de quien se dirige a Dios y la
osadía de quien se acerca a un amigo.
Conozco un líder de adoración, con un creciente impacto sobre la música
cristiana, que intenta mantener una sana tensión entre los elementos de la
amistad y el temor. Matt Redman, autor de varias canciones de profundo
contenido, dirige el grupo Soul Survivor, que se reúne en un gran depósito en
Londres, Inglaterra. Un año, preocupados por la tendencia en la adoración de centrarse
cada vez más en los músicos, él y el pastor de la congregación tomaron una
atrevida decisión: quitaron la música de los cultos. El resultado de ese período de «ayuno
musical» fue una más acabada comprensión de la adoración.
Tal como lo compartiera en una entrevista radial, Redman dice: Efesios
5:10 resume con elocuencia lo que significa la adoración cuando nos anima a
«comprobar lo que es agradable a Dios». Si estamos hablando de la música
resulta claro que debemos traer a él una ofrenda que le resulte gratificante.
Es obvio que la preocupación del Señor no es por el estilo o el ritmo que tenga
la música. Cuando nos derramamos por medio de la música y lo respaldamos con
las acciones de nuestra vida, nos hemos acercado a la esencia de lo que significa
ser un adorador.
Un álbum que grabó Redman en 1998, The Friendship and the Fear (La
amistad y el temor), toma su título de un verso del Salmo 25: «La comunión
íntima de Jehová es con los que lo temen» (v. 14).
Redman continúa explorando la relación entre la amistad y el temor, pues
la adoración auténtica abarca ambos aspectos. Es la respuesta apropiada a un
Dios santo que extiende a seres humanos imperfectos una invitación a la
intimidad. En el texto hebreo del Antiguo Testamento la palabra principal para adoración significa «postrarse en una
actitud de reverencia y sumisión». En el texto griego del Nuevo Testamento, la
expresión más común para adoración
significa «adelantarse para besar». Entre estas dos posturas —o la combinación
de ambas— se encuentra nuestra mejor ofrenda a Dios.