Por Pastor Juan Radhamés Fernández
¿Con qué podemos agradar a Dios al darle una ofrenda? El profeta Miqueas
al formularse esta pregunta, también dijo: “¿Me
presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová
de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito
por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?” (Miq
6:6-7). El profeta señaló tres cosas que nos pide Jehová nuestro Dios, las
cuales, nos las ha declarado en su palabra: solamente hacer justicia, amar
misericordia, y humillarnos ante nuestro Dios. Hacer justicia es hacer la voluntad de Dios obrando con justicia; amar misericordia es amar todo lo
bueno, todo lo justo, todo lo de buen nombre, aprovechando cada oportunidad
para hacer el bien, con gusto, con amor; y humillarnos
ante nuestro Dios es tenerlo como el centro de nuestras vidas, reconociendo
nuestras faltas y retomando el camino.
Como vemos, al Señor no se le puede agradar con inmensas y sustanciosas
cantidades de cosas, ni impresionar con magnánimos sacrificios, porque al Dios
Altísimo no es lo cuantitativo lo que le agrada, sino lo cualitativo. En la
revelación de esta Palabra, el Señor mostró que hay tres tipos de ofrendas que
son agradables delante del Señor; las cuales representan a su vez tres
peldaños, tres niveles en la comunión íntima con Dios.
El tabernáculo de reunión muy bien
puede tipificar estos tres niveles, por sus tres estancias: el atrio, el lugar
santo, y el lugar santísimo. Es como si recorriéramos un camino. La palabra nos habla de
que Jesús nos trazó un camino nuevo vivo, a través del velo que es su carne,
como el sumo sacerdote el día de la expiación tomaba la sangre del altar de
bronce y recorría todo el santuario. Se lavaba las manos, pasaba el atrio,
luego pasaba al lugar Santo, y luego al lugar santísimo.
Así Jesús, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por
medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas. Si volvemos a tomar el
santuario como ilustración, vemos que en el atrio podía entrar todo el mundo,
en el lugar santo sólo los sacerdotes y en el lugar santísimo exclusivamente el
sumo sacerdote, una vez al año. Si aplicamos esta enseñanza de los niveles de
adoración veremos que hay cristianos del
atrio, hay cristianos del lugar santo y hay cristianos que son del lugar
santísimo.
Hay predicadores que son del
atrio, hay predicadores que son del santo, y hay predicadores que son del
santísimo. Hay siervos, personas que
sirven a nivel del atrio, otros a nivel del Santo y otros a nivel del
santísimo. Hay intercesores que son
del atrio, otros que son del santo y otros del lugar más elevado. Estos son
niveles de gloria, y el hecho de que en los tres lugares podría entrar tres
tipos de personas muestra eso. El pecador solo podía entrar al atrio a ofrecer
su sacrificio, en el altar de bronce. El sacerdote podía traspasar la primera
cortina, y entrar al lugar santo a encender las luces del candelabro, cambiar
los panes de la proposición y ofrecer el incienso. El sumo sacerdote, luego de
purificar, podía entrar al lugar santísimo a expiar los pecados del pueblo, una
vez al año.
Los tres lugares en el tabernáculo son de Dios y los tres lugares son
santos, solamente que ilustran tres niveles. Mas, Dios no quiere que te quedes
en un solo nivel, sino que avances hasta el nivel mayor. El atrio la salvación, el lugar santo la santificación y el lugar
santísimo la glorificación. Por ejemplo, cada lugar en el santuario tenía
una luz distinta. En el atrio, que era al aire libre, entraba la luz del sol. Y
así como el sol sale para todos, la cruz es para todos así, por tanto, todos
podían entrar el atrio, desde el más simple hasta el más consagrado, pues para
entrar al santísimo hay que pasar por el atrio. La luz es para todos, así como
lo es la salvación.
En el lugar santo la luz provenía del candelabro. Esa luz no es como el sol, ya que hay que encenderla, el pan tenía que ser sustituido, las cenizas debían ser removidas, es decir, había una continua ministración delante de Dios. Más, la luz del santísimo es de la shekina, de la presencia de Dios. Allí no había que hacer nada, pues en medio de aquella oscuridad, el lugar era iluminado únicamente cuando Dios quería manifestarse. Podemos decir que la ofrenda del atrio es la ofrenda voluntaria que damos de lo que hemos recibido de Dios. Por ejemplo, la ofrenda de Abel, la ofrenda de Noé.
En el lugar santo la luz provenía del candelabro. Esa luz no es como el sol, ya que hay que encenderla, el pan tenía que ser sustituido, las cenizas debían ser removidas, es decir, había una continua ministración delante de Dios. Más, la luz del santísimo es de la shekina, de la presencia de Dios. Allí no había que hacer nada, pues en medio de aquella oscuridad, el lugar era iluminado únicamente cuando Dios quería manifestarse. Podemos decir que la ofrenda del atrio es la ofrenda voluntaria que damos de lo que hemos recibido de Dios. Por ejemplo, la ofrenda de Abel, la ofrenda de Noé.
A diferencia de la ofrenda del lugar santo, la cual no es lo que yo como
adorador quiera darle al Señor, sino que consiste en lo que Dios me pide.
Cuando doy de lo que Dios me da, yo decido lo que doy, pero cuando es Dios el
que pide, Él decide lo que Él quiere. El versículo de Miqueas 6:8 representa una ofrenda que Dios pide. Mas, la ofrenda
del santísimo es la ofrenda que Dios da o que Él ofrece en mi lugar. Es lo que
Él se da a sí mismo para sustituir mi ofrenda que no alcanza el nivel que Él demanda.
Por tanto, podemos decir que Jehová-Jireh
es la ofrenda que Dios proveyó a sí mismo para glorificarse a sí mismo, cuando
el hombre no le puede dar el nivel de adoración que a Él le corresponde.
La ofrenda Jehova Jireh consiste en
que Dios te pide lo que tú más amas y lo sustituye por lo que Él más ama. Jehová Jireh es la ofrenda que
sustituye la tuya. Cristo es nuestra ofrenda Jehová-Jireh a Dios, y también la
ofrenda que el Padre se proveyó a sí mismo. Nadie puede glorificar o agradar
mejor a Dios que Él mismo. Nada agrada mejor a Dios que lo que Él mismo provee
para sí mismo. Sólo lo que es como Dios y procede de Dios agrada a Dios.
El Señor en el primer nivel recibe lo que le das, en el segundo nivel te
pide lo que le debes dar, y al pedirte te prueba, y si le das lo que te pide,
te aprueba dándote en el tercer nivel lo que no puedes dar, por lo que Él se da
a sí mismo. Amanecer de la
Esperanza , como casa espiritual, el Señor le anuncia que
después de la fiesta de marzo el Señor nos lleva ese tercer nivel de adoración
a Él, donde debemos estar dispuestos a entregarle a Dios, lo nuestro, lo único,
eso, lo que más amamos, para Dios entregarnos lo que más le agrada a su
corazón.
(Notas tomadas del mensaje “La Ofrenda Provista ”
del pastor Juan Radhamés Fernández. Para verlo completo visite este enlace: La Ofrenda Provista
http://elamanecer.org/wp/th_gallery/la-ofrenda-provista/


