Una gran bendición es
nuestra cuando nos sentamos en lugares celestiales. ¿Cuál es esta bendición? Es
el privilegio de aceptación: “…con la
cual nos hizo aceptos en [Cristo]” (Efesios 1:6). La palabra para acepto
aquí significa “sumamente favorecido”. El uso de Pablo para la palabra acepto
en este versículo se traduce como: “Dios nos ha favorecido a lo sumo. Somos muy
especiales para Él, porque estamos en nuestro lugar en Cristo.”
Porque Dios aceptó el
sacrificio de Cristo, ahora nos ve solo como una persona: Cristo y aquellos que
están unidos a Él por fe. Nuestra carne ha muerto a los ojos de Dios. ¿Cómo?
Jesús deshizo nuestra antigua naturaleza en la cruz, así que ahora cuando Dios
nos mira, solo ve a Cristo. A su vez, nosotros debemos aprender a vernos como
Dios nos ve. Eso significa, no enfocarnos solamente en nuestros pecados y
debilidades, sino en la victoria que Cristo ganó por nosotros en la Cruz.
La parábola del Hijo Prodigo (Ver Lucas 15:11-31) provee una
poderosa ilustración de la aceptación que viene cuando se nos da una posición
celestial en Cristo. Tú conoces la historia: un joven pidió su herencia de su
padre y la malgastó en una vida pecaminosa. Entonces, una vez que el hijo llegó
a la bancarrota moral, emocional y físicamente, pensó en su padre, pero estaba
convencido que había perdido todo favor con él.
Las escrituras nos
dicen que este joven quebrantado estaba lleno de tristeza por su pecado y
clamó, “No soy digno, he pecado contra el cielo.” Pero entonces el hijo pródigo
se dijo a sí mismo, “Me levantaré e iré a mi padre” (Versículo 18). Él estaba
ejercitando su bendición de acceso. ¿Te imaginas la escena? Él hijo pródigo se
había alejado de su pecado, y se volvía hacia la puerta abierta que su padre le
prometió. Él estaba caminando en arrepentimiento y apropiándose de aquel
acceso.
Así que, ¿Qué le pasÓ
al hijo pródigo? “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.” (Lucas 15:20). ¡Que
bella escena! El hijo pecador fue perdonado, abrazado y amado por su padre, sin
ira ni condenación alguna. Cuando él recibió el beso de su padre, supo que
había sido aceptado.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)


