“entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de
Jesucristo; a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser
santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”
Romanos 1:6-7
Aun después de un viaje
cansador desde los Estados Unidos a Europa Oriental, el matrimonio estaba
entusiasmado y emocionado de haber llegado a su destino. Ahora, en el orfanato
en Rumania, caminaban con cuidado entre las frágiles cunas y los colchones en
el suelo. La habitación tenía poca luz. Las paredes, el piso y los muebles
distaban de estar limpios. El olor de una docena de pañales sucios saturaba el
ambiente.
Al pasar por cada cama,
un niñito levantaba la vista esperando recibir cariño. Detrás de cada pequeño
rostro había una triste historia de abandono. Los ojos de la pareja se llenaron
de lágrimas. Ya tenían cinco hijos varones, uno de los cuales era adoptado.
Habían ido a Rumania para adoptar a otro niño. Les hubiera gustado llevarse todos
los huerfanitos a casa, pero sólo podían llevar uno. ¿Cuál sería? Luego la
vieron, una pequeñita de pocas semanas. Sobresalía de entre todos los niños
desamparados, como si Dios los hubiera impulsado hacia ella. Después de días de
trámites oficiales, el matrimonio emprendió el viaje de regreso con su nueva
hijita. La diminuta Andrea estaba completamente ajena al cambio milagroso que
había comenzado en su vida.
Hoy Andrea tiene ocho
años. Forma parte de una cariñosa familia cristiana con cinco hermanos mayores
y dos hermanas menores. (¡Sus padres adoptaron a dos niñas más!). El cuidado y
afecto que su nuevo hogar le ha brindado ha borrado el comienzo trágico de su
vida. Y todo se debe a que su papá y su mamá la encontraron y se la llevaron a casa.
Todos tenemos algo en
común con Andrea. Porque el pecado nos separó de Dios, llegamos al mundo solos.
Fue como haber nacido en un orfanato.
Necesitábamos desesperadamente que alguien nos cuidara.
Entonces apareció Dios,
no sólo para visitar, no sólo para dejarnos un regalo e irse, sino con el fin
de llevarnos a su hogar para formar parte de su familia. Nos ama tanto que nos
ha invitado a ser uno de sus propios hijos. El cambio que sucedió en nuestra
vida fue todavía más extraordinario que el de Andrea. El apóstol Pedro lo
expresa así: "Vosotros en el tiempo pasado no erais pueblo, pero ahora
sois pueblo de Dios" (1 Pedro 2:10). ¡Cuando acudimos a Cristo, pasamos de
no tener familia a ser un miembro de la familia de Dios!
¿Te imaginas cómo se sentirá un día Andrea
cuando pueda comprender lo que sus padres adoptivos hicieron por ella? ¿Tienes
algunos de estos mismos sentimientos cuando tomas conciencia de que Dios te ha
adoptado y formas parte de su familia?
JOSH MCDOWELL -
(Dev. "VIDA NUEVA PARA EL MUNDO")