“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me
envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.” Juan 6:44
Jesucristo
es el que presenta a los hombres y a las mujeres a Dios. Aquellos a quienes Él
lleva a la presencia del Padre todos tienen repugnancia de su pecado, deseo de
ser perdonados y anhelo de conocer a Dios. Esas actitudes son la obra de Dios
al llevarnos a Cristo. De modo que una respuesta al mensaje del evangelio
comienza con un cambio de actitud hacia el pecado y hacia Dios.
Más allá de
ese cambio inicial en la actitud está la transformación efectuada en cada
creyente en el momento de la salvación. Cristo
no murió solamente para pagar el castigo del pecado: murió para transformarnos.
Abandonado
por casi todos sus discípulos, Cristo sufría en las tinieblas y la agonía de la
cruz mientras clamaba: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt.
27:46). Esos fueron momentos en los que Jesús sintió gran rechazo y hostilidad.
Pero por esas mismas circunstancias Cristo triunfó al expiar por el pecado y
proporcionar una manera de que hombres y mujeres sean presentados a Dios y
transformados. Era un triunfo que Él mismo pronto proclamaría (1 P. 3:19-20).
JOHN MACARTHUR - (Devocional "LA VERDAD PARA HOY”)