Por Sugel Michelén

De manera que la
existencia misma del templo era un recordatorio de que no podemos acercarnos a
Dios a menos que Alguien pague por nosotros las cuentas que tenemos pendientes
con Su justicia perfecta por causa de nuestros pecados. Lamentablemente, los
mismos líderes religiosos que estaban supuestos a recordar estas verdades al
pueblo, terminaron corrompiendo y profanando este lugar de adoración y
reconciliación.
Tratemos de imaginar
por un momento la escena que el Señor debe haber visto en el templo en aquel
día. Todo el patio exterior del edificio era conocido como el atrio de los
gentiles, porque era el único lugar permitido para aquellos que no eran judíos,
y allí se habían colocado un montón de puestos donde se vendían los animales para
el sacrificio.
De más está decir que los sacerdotes eran dueños de la
mayoría de esos puestos de venta; y que los puestos que no eran suyos tenían
que pagarles un impuesto. Aparte de que los animales que se vendían en el templo eran más caros
que en cualquier otro lugar. Y si alguien decidía traer su propio animal para
el sacrificio, estaba corriendo el riesgo de que no pasara la inspección
oficial de los sacerdotes y tuviera que comprarlo comoquiera en el mercado del
templo.
Pero el asunto no
terminaba ahí. Todos esos peregrinos que llegaban a adorar desde otros países,
debían cambiar sus monedas, porque los sacerdotes no aceptaban pagos en el
templo con monedas extranjeras. Y, por supuesto, la tasa de cambio era muy
superior a la oficial. En pocas palabras, la religión en Israel había llegado a
ser un negocio redondo, sobre todo para sus líderes. Cuando Marcos
dice en el vers. 11 del cap. 11 que
al final del domingo de ramos el Señor había entrado en el templo y había
mirado todas las cosas a su alrededor, muy probablemente era a esto que se
refería.
Así que la maldición de la higuera de la que hablamos en el artículo anterior no ocurrió en un vacío. Jesús estaba profundamente indignado con todo lo que estaba sucediendo allí. El templo parecía cualquier otra cosa, menos un lugar en el que los hombres podían encontrarse con Dios y reconciliarse con Él: “Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mr. 11:15-17).
El Señor está
mezclando aquí dos pasajes del AT. El primero se encuentra en Is. 56:6-7, donde
se anuncia explícitamente que el propósito del templo era atraer a personas del
mundo entero para que conocieran al Dios vivo y verdadero: “Y a los hijos de
los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de
Jehová para ser sus siervos… yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en
mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi
altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”.
Cuando Dios llamó a
Abraham para hacer de él una gran nación, en Gn. 12, el Señor le expresó
claramente que su propósito era bendecir a todas las familias de la tierra. Israel nunca estuvo supuesto a ser una
nación exclusivista, sino el instrumento a través del cual el nombre de Dios
sería dado a conocer a todos los pueblos de la tierra (comp. Ex. 19:5-6; Is.
49:1-7). Pero Israel había perdido de vista por completo su razón de ser
como nación, a tal punto que convirtieron el atrio de los gentiles en un
mercado.
El otro pasaje que
usa el Señor aquí se encuentra en el capítulo 7 del profeta Jeremías, y este es
más contundente que el anterior. Dice en el vers. 4: “No fiéis en palabras de
mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es
este”. Jeremías está anunciando un mensaje de juicio contra la nación de Israel
por causa de sus pecados, pero ellos pensaban que eran inmunes al castigo de
Dios, porque contaban con la bendición de tener el templo en medio de ellos. En
otras palabras, el templo era para ellos una especie de talismán que los
protegía del castigo divino. Sigue diciendo el Señor en el vers. 8: “He aquí,
vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. Hurtando, matando,
adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses
extraños que no conocisteis, ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa
sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir
haciendo todas estas abominaciones? ¿Es cueva de ladrones delante de vuestros
ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre?” (Jeremías 7:8-11).
La ciudad de
Jerusalén tenía muchas cuevas a su alrededor que los ladrones usaban como
escondites para escapar de la justicia. Y lo que el Señor está diciendo a los
judíos en Mr. 11 al citar este pasaje de Jeremías, es que ellos estaban
haciendo lo mismo con el templo. En vez de acudir a la casa de Dios para
arreglar sus cuentas con Él, estos judíos se escudaban detrás de sus rituales
religiosos para protegerse del castigo divino. Su fachada religiosa era una especie de refugio para seguir viviendo
sus vidas como mejor les pareciera. Habían convertido el templo en una
cueva de ladrones.
Esto nos enseña que
mucha gente religiosa se encuentra tan lejos de Dios como el más depravado de
los hombres. Esa es la advertencia de nuestro Señor Jesucristo en Mt. 7:21ss:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les
declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
Este pasaje es
sencillamente aterrador. En el día del juicio muchos llegarán engañados
creyendo que son lo que no son. Personas que tienen un follaje hermoso, como la
higuera con la que Jesús se topó en aquel día, con muchas hojas y ningún fruto.
Estos individuos profesan ser cristianos, tal vez visitan regularmente una
iglesia, leen su Biblia con cierta regularidad, oran antes de la comida, tienen
un lenguaje muy piadoso, pero no producen los frutos de la verdadera fe y del
verdadero arrepentimiento.
Pero esta clase de
persona de la que estamos hablando aquí se esconde detrás de sus actividades
religiosas para no tener que lidiar delante de Dios con la realidad de su
pecado y su necesidad de arrepentimiento. Convierten la iglesia o la
religiosidad en una cueva de ladrones. “Este pueblo de labios me honra –dijo el
Señor en otra ocasión, mas su corazón está lejos de mí” (Mr. 7:6) –. Estas
personas estaban en el lugar correcto, diciendo las palabras correctas, pero el
deseo de exaltar el nombre de Dios y de buscar Su gloria no era lo que dominaba
sus corazones.
Noten lo que sigue
diciendo Marcos en el vers. 18: “Y
lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle;
porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su
doctrina”. Ellos no estaban indignados por lo que Jesús había hecho en el
templo. Ni siquiera manifiestan desacuerdo con Su teología o Su interpretación
de las Escrituras. La razón por la que querían matar a Jesús era el temor de
que las multitudes se fueran detrás de Él y ellos perdieran su posición de
influencia y autoridad y comenzaran a perder clientes. Esto no tiene nada que
ver con el honor y la gloria de Dios, sino con el orgullo de sus corazones. Su
pensamiento se reducía a esto: “Si Cristo gana, nosotros perdemos; si Cristo
pierde, nosotros ganamos”.
Muchas personas
escogen el camino de la religiosidad en vez de escoger a Cristo porque la
religiosidad les brinda una plataforma para exhibir sus propios méritos y
logros personales, mientras que seguir a Cristo comienza con el reconocimiento
de que no tenemos absolutamente nada bueno en nosotros mismos que pueda
recomendarnos en la presencia de Dios. La
religiosidad le da gloria al hombre, el cristianismo le da toda la gloria a
Dios en la persona de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Pero ahora viene la
parte más irónica, y al mismo tiempo más extraordinaria, de este relato. Como
hemos dicho ya, la maldición de la higuera y la purificación del templo
ocurrieron el lunes; el Señor fue arrestado el jueves en la noche, juzgado
apresuradamente en la madrugada y crucificado el viernes en la mañana durante
la fiesta de la Pascua. De
esa manera, y sin darse cuenta, estos líderes religiosos contribuyeron al
cumplimiento del plan redentor de Dios a través de la muerte de nuestro Señor
Jesucristo, simbolizada en todos esos sacrificios que el pueblo de Israel había
llevado a cabo durante siglos en el altar del templo.
Lo irónico de todo
esto es que fue ese sacrificio del Señor en la cruz del calvario lo que hizo
completamente innecesario la existencia del templo. El sacrificio de Cristo en la cruz le puso punto al final a todo el
sistema sacrificial del AT, porque con una sola ofrenda Él hizo perfectos para
siempre a los santificados, dice en He. 10:14.
La higuera que Cristo
maldijo aquel día se secó desde las raíces, dice en el vers. 20 de Mr. 11, y lo
mismo ocurrió con ese sistema religioso que esta higuera simbolizaba. Unas
décadas más tarde, en el año 70 de nuestra era, el templo de Jerusalén fue
completamente destruido para no volver a ser reedificado nunca más, tal como
fue profetizado por Jesús en Mt. 24:2.
No son rituales en un
templo lo que necesitamos para ser salvos, ni profesar que somos evangélicos,
sino confiar únicamente en el sacrificio perfecto que nuestro Señor Jesucristo
llevó a cabo en la cruz del calvario, muriendo en lugar de pecadores, “para que
todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, como dice en
el conocido texto de Jn. 3:16.
¿En qué descansa tu
esperanza para cuando te toque partir de este mundo? ¿En tu decencia y
religiosidad o en la Persona
y la obra de Cristo en la cruz del calvario? Porque la Biblia dice que en ningún otro
hay salvación fuera de Jesús, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a
los hombres en el cual podamos ser salvos (Hch. 4:12). ¿Manifiestas en tu vida los frutos de la verdadera fe y el verdadero
arrepentimiento, o eres como esa higuera llena de hojas, pero completamente
estéril?
Todo aquel que en
verdad ha creído en Cristo tiene deseos de obedecer a Cristo, toma en serio Su
Palabra, se mantiene en pie de guerra contra la tendencia pecaminosa de su
corazón, ama al pueblo de Dios, se deleita en adorarle. Nadie será salvo por
sus frutos, sino por su fe; pero la verdadera se evalúan por sus frutos.
Ver el artículo anterior: “La semana de la pasión: La
maldición de la higuera”.