Por Samuel Pérez Millós
“¡Cuán preciosos, oh Dios, tus
pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican
más que la arena; despierto, y aún estoy contigo” Salmo 139:17-18
Estamos en la tercera estrofa del Salmo. En la primera se pone de
manifiesto la omnisciencia de Dios, la segunda se refiere a la omnipresencia
divina, en esta Dios quiere que prestemos atención a su omnipotencia. El que
conoce todo cuanto ocurre y lo que necesitamos, el que está siempre presente
para ayudarnos, puede determinar lo mejor para nosotros y llevar a cabo su
propósito porque es omnipotente. La
Biblia habla de él como el Todopoderoso. Por eso se enseña en
ella que “no hay nada imposible para Dios” (Lc. 1:37). Las dos perfecciones
divinas, su omnisciencia, por la que conoce todo, se une a la omnipotencia, por
la que todo lo puede, para darnos aliento y confianza, como decía Job: “Yo
conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job
42:2).
La omnipotencia divina se hace personal en el Salmo. No es algo genérico
presentándolo como Creador del universo, o como el Señor de la historia que
conduce todo conforme a Su propósito y lo ejecuta de acuerdo con Su voluntad.
El omnipotente Dios presta atención a cada persona: “Tu me hiciste en el
vientre de mi madre” (v. 13). Tuvo interés en cada parte que constituye cada
uno de nosotros. Como si se tratase de
un tejedor Él nos formó y fuimos entretejidos en lo más profundo de la tierra
(v. 15). En el idioma hebreo la palabra entretejer tiene el sentido de
bordado magistralmente. De otro modo, Dios se esmeró con cada uno de nosotros.
Así que conoce lo más íntimo de nuestra persona. Quiere decir, que somos
conocidos por Él como nadie puede conocernos en la tierra. Todavía algo más, El
que nos hizo también diseño nuestra vida: “En tu libro estaban escritas todas
aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (v. 16). La
traducción del versículo es esta: En tu libro mis días fueron delineados,
cuando no habían ninguno de ellos”.
Nuestra historia es conocida por
Dios en toda la dimensión de la palabra y Él mismo se está ocupando de llevarla
a cabo conforme a su designio. No quiere decir que seamos meras máquinas en Su mano, pero
sí que Él conoce cada detalle y está conduciendo nuestras vidas conforme a Su
propósito. Ahora está permitiendo que pasemos por momentos de alegría, pero también
que vertamos lágrimas. En ocasiones consentirá que la riqueza material
satisfaga cuanto necesitemos y en otras, que carezcamos aún de lo más
elemental. A un tiempo de salud, permitirá momentos de enfermedad. A la unidad
con los nuestros, consentirá en la partida de alguno de los más queridos. Al
afecto aparentemente indestructible, puede consentir que seamos despreciados y
maltratados. Lo hace porque nos conoce y sabe de qué cosa tenemos necesidad. A
nosotros las cosas nos toman por sorpresa, pero Dios, que conoce nuestra
historia hace sus planes por anticipado; por tanto, nada podrá tomarle por
sorpresa a Él.
Miremos ahora el aliento que supone todo lo que el Salmo dice acerca de
Dios. Debo acercarme con profunda reverencia a estas verdades y reconocer lo
misterioso y asombroso de todo. Al hacerlo entenderé algo maravilloso: Yo soy
objeto de Su cuidado. Este pensamiento
cambia toda mi experiencia, mis lágrimas y mis problemas en profundo gozo.
Hay un secreto para superar mi problema y mitigar mis tristezas: debo anclar mi
pensamiento en Dios y centrarlo en Él continuamente, de modo que pueda decir:
“Despierto, y aún estoy contigo”. Las noches interminables de las pruebas y las
lágrimas se tornan en momentos de profunda calma cuando siento que en mi
circunstancia estoy con Dios, porque Él está conmigo. El que dijo: Todo poder
me es dado en el cielo y en la tierra” es el que también dice: “Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.