Muchos creyentes son
abrumados de tal manera por sus fracasos que con el tiempo se sienten atrapados
sin esperanza de ayuda alguna. Isaías escribió acerca de tales creyentes: “Pobrecita, fatigada con tempestad, sin
consuelo” (Isaías 54:11).
A veces algunos se
enojan con Dios. Se cansan de esperar a que Él se mueva, entonces, claman en
forma acusadora: “Señor, ¿dónde estabas cuando te necesitaba? Clamé a ti para
que me libraras, pero nunca respondiste. Hice todo lo que sé hacer, pero aun no
soy libre. Estoy cansado de arrepentirme y llorar, sin ver ningún cambio”.
Muchos creyentes así, sencillamente dejan de luchar y se entregan a su lujuria.
Otros caen en una
neblina de apatía espiritual. Están convencidos de que Dios no se preocupa por
ellos. Se dicen a sí mismos: “Mi camino está escondido de Jehová, y de mi Dios
pasó mi juicio” (Isaías 40:27). “Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí.”
(Isaías 49:14).
Incluso otros terminan
poniendo toda su atención en su pecado, tratando de mantenerse en un estado de
constante convicción. Esto sólo hace que ellos se desconcierten, clamando:
“Nuestras rebeliones y nuestros pecados están sobre nosotros, y a causa de
ellos somos consumidos; ¿cómo, pues, viviremos?” (Ezequiel 33:10). El hecho es que, sentir convicción de pecado
no es un fin en sí mismo. Cuando somos humillados a causa de la culpa y la
tristeza por nuestro pecado, no debiéramos permanecer en esos sentimientos.
Éstos existen para llevarnos al final de nosotros mismos y a la victoria en la
cruz.
Después de tanto llorar
y clamar al Señor, David terminó testificando: “Pero en ti hay perdón, para que
seas reverenciado” (Salmo 130:4). El Espíritu Santo comenzó a inundar su alma
con recuerdos de la misericordia de Dios y David recordó todo lo que había
aprendido acerca de la naturaleza perdonadora del Padre: “Pero tú eres Dios que
perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia”
(Nehemías 9:17).
Pronto, David comenzó a
regocijarse, recordándose a sí mismo:” Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador,
y grande en misericordia para con todos los que te invocan” (Salmos 86:5).
DAVID WILKERSON -
(DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)