EL REY DE REYES
Lo
que llama la atención de este pasaje es que cuando Lucas describe la partida de
Jesús al cielo, la respuesta de sus discípulos fue regresar a Jerusalén
sintiendo un "gran gozo". Pareciera que la partida de Jesús inculcara
en Sus discípulos un sentimiento de gran euforia. Esto se hace aún más
desconcertante cuando tomamos en cuenta los sentimientos expresados por los
discípulos cuando Jesús les habló sobre Su próxima partida. En ese momento, la
idea de que su Señor los dejara les provocó una sensación de profundo
desconsuelo. Parecía que nada podía ser más deprimente que anticipar la
separación que se daría de la presencia de Jesús. Sin embargo, en un tiempo muy
corto, esa depresión se transformó en una felicidad indescriptible.
Tenemos
que preguntarnos qué es lo que provocó ese cambio tan radical en los
sentimientos de los discípulos de Jesús. La respuesta a esta pregunta está
clara en el Nuevo Testamento. Entre el tiempo en que Jesús anunciara su partida
y el tiempo real de su partida, los discípulos comprendieron dos cosas: Primero, ellos entendieron por qué Jesús se
iba. Segundo, comprendieron a cuál lugar Él estaba yendo. Jesús partiría no
para dejarlos solos y sin esperanza, sino, para ascender al Cielo. El concepto
del Nuevo Testamento en relación a la ascensión significa mucho más que irse a
los cielos o incluso a la residencia celestial. En Su ascensión, Jesús iba a un
lugar determinado por una razón específica. Él ascendía con el propósito de ser
investido y coronado como “El Señor de señores”. El título que el Nuevo Testamento
utiliza para denominar a Jesús en su condición de rey es “Rey de reyes”, como
también “El Señor de señores”. Esta significativa estructura literaria quiere
decir mucho más que el adoptar una posición de autoridad que lo capacitaría
para gobernar sobre reyes menos importantes. Esta es una estructura que indica
la supremacía de Jesús en Su posición de majestad monárquica. Él es Rey en el
más amplio sentido del poder monárquico.
En
términos bíblicos es impensable que exista un rey sin tener reino. Al ascender
Jesús a Su coronación como rey, esa coronación trae también la designación dada
por el Padre del reino sobre el cual Él manda. El reino es toda la creación.
En
la teología moderna encontramos dos grandes errores en relación al concepto
bíblico del reino de Dios. El primero
es que el reino ya ha sido totalmente establecido y que no queda nada para ser
manifestado en el reino de Cristo. Este punto de vista podría describirse como
una escatología (últimos tiempos) sobre-realizada. Con la realización de la
plenitud del reino, no habría nada más para anhelar en cuanto al triunfo de
Cristo. El otro error es en el que
cree una gran mayoría de los cristianos: que el reino de Dios es algo
totalmente futurista, o sea, no hay posibilidad de que el reino de Dios ya
exista. Este punto de vista toma una posición tan fuerte hacia la dimensión
futura del reino de Dios, que incluso en algunos pasajes del Nuevo Testamento,
como el de Mateo 5-6 (Bienaventuranzas), no tienen ninguna aplicación en la
iglesia hoy en día, ya que pertenecen a una era futura del reino que aún no ha
comenzado.
Los dos puntos de vista mencionados
son contrarios a la enseñanza clara del Nuevo Testamento, que dice que el reino
de Dios, efectivamente, ya ha comenzado. El Rey tiene su
posición. Él ya ha recibido toda la potestad sobre los Cielos y la Tierra. Esto
significa que nuestro Rey Jesús tiene la autoridad suprema sobre los reinos de
la tierra y del universo mismo. No existe nada en este mundo, ningún reino o
símbolo de poder que no esté bajo Su mandato y Su poder. En las cartas de Pablo
a los Filinenses, capítulo 2, en el famoso himno a la kenosis del Creador, se menciona que se le es dado a Jesús un nombre
que está por encima de todos los otros nombres. El nombre que se le ha dado y
que supera cualquier otro título que un hombre pueda recibir, es un nombre
reservado para Dios. Es el título de Dios: Adonai,
que significa “El que es absolutamente soberano”.
Otra
vez, este título implica la autoridad suprema del que es el Rey de toda la
Tierra. La traducción que se hace en el Nuevo Testamento del Viejo Testamento
del título adonai, es la palabra señor. Cuando Pablo dice que en el nombre de
Jesús toda rodilla debe doblarse y cada boca debe confesar, la razón para
arrodillarse es la reverencia, y la de confesar es declarar con sus labios que
Jesús es Señor. Esto quiere decir que Él es amo soberano. Ésta fue la profesión
de fe inicial de la primera iglesia.
Luego Roma, en su mal guiada tiranía
pagana, trató de forzar un juramento al culto del emperador, en la que
se obligaba a toda la gente a recitar la frase: kaisar kurios -“Cesar es el señor”-. Los cristianos respondían
mostrando toda la sumisión civil posible, pagando los impuestos, honrando al
rey, siendo ciudadanos ejemplares, pero no podían, en buena consciencia,
obedecer al mandato de proclamar a Cesar como su señor. Su respuesta al
juramento de lealtad, Kaisar kurios,
era tan profunda en sus ramificaciones como era simple en su expresión, Jesus ho kurios, Jesús es el Señor. El
reinado de Jesús no es simplemente una esperanza de los cristianos de que algún
día se realizará; es una verdad que ya existe. Es obligación de la iglesia ser
testigo de ese reino invisible, o como lo puso Calvino, es la obligación de la
iglesia hacer visible el Reino invisible de Cristo. Aunque es invisible, es
auténticamente real.