En 1977 la cantidad de personas que intentaba ubicarse en
los bancos de la iglesia Brooklyn Tabernacle los domingos por la mañana y por
la noche superaba el espacio disponible. A menos de una cuadra de distancia
había una YWCA (Asociación Cristiana de Señoritas) que tenía un auditorio con
capacidad para cerca de 500 personas y pudimos alquilar el salón los domingos.
La reunión en la YWCA fue una solución provisional a la
falta de espacio. Adquirimos un terreno que estaba enfrente con la esperanza de
erigir algún día una iglesia de verdad. Se requería un gran paso de fe, pero
Dios proveyó los fondos.
Programamos una ceremonia de iniciación de la
construcción, entusiasmados con la idea de empezar a levantar un nuevo
edificio, un hogar permanente. ¿Podrás creer que ese domingo especial, llovió
con tanta fuerza que no nos fue posible salir para meter una pala en el suelo?
Desilusionados, esa noche volvimos a amontonarnos en el auditorio de la YWCA.
Pero en esa reunión Dios nos habló con claridad diciéndonos que no era
precisamente el terreno de enfrente que Él quería romper. En vez de eso,
quebrantaría nuestros corazones y sobre ese cimiento edificaría la iglesia.
El diluvio resultó ser providencial. Unos meses después,
un gran teatro con capacidad para 1.400 personas en una avenida principal que
recorre Brooklyn de norte a sur, fue puesto a la venta. Pudimos vender el terreno
obteniendo una ganancia. Todavía necesitábamos vender el deteriorado edificio
de la avenida Atlantic para poder comprar el teatro, así que en una reunión de
oración del martes por la noche presentamos el problema delante de Dios.
El miércoles por la tarde sonó el timbre de la iglesia.
Bajé para contestar y allí estaba un desconocido bien vestido, que resultó ser
un hombre de negocios de Kuwait. Entró y recorrió el lugar examinándolo
mientras yo contenía mi aliento por temor a que mirara en forma muy detenida
las paredes torcidas, los baños sucios y la plomería cuestionable.
- ¿Cuánto pide por este edificio? - preguntó.
Me aclaré la garganta y le di una cifra con voz débil.
Hizo una pausa y luego dijo: “Es un precio justo. Dile a tu abogado que llame al
mío. El pago será en efectivo”. Y diciendo eso, se fue. Nuestra oración había sido respondida de una manera sorprendente.
Dios había formado un núcleo de personas que deseaban
orar, que creían que nada era demasiado grande para que Él se hiciera cargo. No
importaban las obstrucciones que se nos presentaran en el camino, Dios todavía
podía cambiar a las personas y librarlas del mal. Él estaba edificando su
iglesia en un barrio difícil, y mientras su pueblo siguiera invocando su
bendición y ayuda, Él estaba totalmente comprometido a responder.
JIM CYMBALA - (Devocional Diario “ORACIONES”)