MI DIOS ES ADMIRABLE
Por Faustino de Jesús Zamora V.
“Todos se admiraban de Su enseñanza porque Su mensaje (palabra)
era con autoridad.” Lucas 4:32
“¡Cuán numerosas son Tus obras, oh SEÑOR! Con sabiduría
las has hecho todas; Llena está la tierra de Tus posesiones.” Salmos 104:24
¿No te asombras de
Dios todos los días? ¿No te admiran las maneras en que Él va armando los
rompecabezas de tu vida, dándole sentido y propósito? Cuando nos sometemos al
Señor enteramente, vemos su admirable devenir, su impronta en nuestro desandar
a través de los años y el tiempo presente; cómo Él fue preparando el camino
para nuestro encuentro con Él. Imagínate al Señor peleando por ti halándote con
sus cuerdas de amor a pesar de tus rebeldías y pecados. Él es asombroso, tan
admirable como consejero.
La sociedad actual se ha despersonalizado. Parafraseando al Prof. J. Stoll diríase que la pérdida del significado de la vida en un mundo sin propósitos, alienta al hombre natural a vivir su propia experiencia de espaldas a los valores eternos de la fe, cuestionando su propia existencia y sacando (desconociendo) a Dios de su trascendencia, ignorando su plena autoridad.
El hombre es verdaderamente trascendente cuando tiene al
Señor en su vida y aquí, en mi opinión, radica lo que lo hace admirable. Las multitudes se
admiraban de Cristo porque enseñaba con autoridad (Lc 4.32). ¿Qué tipo de
autoridad? ¿Hasta dónde alcanzaba tal autoridad? Jesús dijo de sí mismo: “Se me
ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra”. (Mt 28.18). El apóstol Juan
escuchó una voz del cielo que decía “Ahora ha venido la salvación, el poder y
el reino de nuestro Dios y la autoridad de Su Cristo (el Mesías)…” (Ap 12.10)
Por eso es nombrado
Admirable, no es un adjetivo, sino un nombre propio. Él es la autoridad suprema
y Señor de todo lo que existe. Es admirable porque siendo fuerte se hizo débil,
siendo Dios se humilló hasta lo sumo (Flp 2.8), siendo Rey nació en un pesebre
y para salvarnos, murió en una cruz. No llego a entender que un ser tan
admirable, con toda la autoridad dada por Dios, muriera una muerte tan cruel en
lugar nuestro. ¿Sabes por qué? Porque el pecado nos había destituido de su
gloria y Él no lo podía concebir. Por esto es admirable, porque sólo tenemos
que darle una oportunidad para que venga a nuestra vida; creer en Él, aunque
con una pizca de fe, para tener vida eterna (Jn 3.16), ser herederos de Dios y
coherederos con Él y llegar a tener parte en su gloria en la eternidad. (Ro
8.17).
¿A quién admiras en
estos tiempos? ¿Qué valores del mundo te sirven para mostrar e instruir a tus
hijos –hermanos, padres, nietos, sobrinos, amigos– en el hogar, en el trabajo,
incluso en la iglesia? Elijamos a Cristo; Dios nos trasladó al Reino de su
amado hijo (Col 1.13), y nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (2 Pe
2.9). Esa luz era Cristo y será hasta el fin de los tiempos. ¿Admiras a tu jefe? ¿Tus posesiones y
riqueza? ¿A tu pastor? Muy bien, pero mejor pon los ojos en Cristo.
Otra Navidad, otro
desafío. No dejes de admirar al Señor pero también ¡asómbrate! ante la mesa con
mendrugo de pan que se sirve sin mantel; admira al Señor, pero ¡conmuévete! por
la madre que deja sus lomos en la batalla cotidiana para alimentar a sus hijos,
admira al Señor, pero ¡túrbate! ante el foro desconcertante de seres humanos
indiferentes frente a la mirada inocente de un niño que no sabe que su tristeza
procede de su magro y famélico estómago. ¿Acaso no nació ya el admirable
Emmanuel en nuestro corazón?
¡Dios te bendiga!
Lectura sugerida: Salmo 104