A mi regreso de un corto viaje de descanso, saludé a la
gente de mi congregación con algo importante en mi corazón.
“Hermanos y hermanas,” dije, “verdaderamente siento que
he recibido palabra de Dios acerca del futuro de nuestra iglesia. Durante el
tiempo que estuve ausente, estuve clamando a Dios pidiendo que nos ayudara, que
me ayudara, a comprender lo que Él más desea de nosotros. Y creo haber recibido
una respuesta.
“No se trata de algo elaborado, profundo o espectacular.
Pero quiero decirles hoy con toda la seriedad que me sea posible: Desde ahora
en adelante, la reunión de oración será el barómetro de nuestra iglesia. Lo que
suceda el martes por la noche será el indicador mediante el cual juzgaremos el
éxito o el fracaso porque esa será la medida por la cual Dios nos bendecirá.
“Si invocamos al Señor, nos ha prometido en Su Palabra
que responderá, que atraerá a Él a los que no han sido salvos, que derramará de
su Espíritu entre nosotros. Si no invocamos al Señor, no nos ha prometido nada,
nada en absoluto. Es así de sencillo. No tiene importancia lo que predique y lo
que proclamemos creer en nuestras mentes. El futuro dependerá de nuestro tiempo
de oración.
“Este es el motor que moverá a la iglesia. Sí, quiero que
sigan viniendo los domingos, pero la noche del martes es la que tiene verdadera
importancia”.
Por casualidad esa mañana estaba presente un ministro de
Australia (o tal vez era de Nueva Zelandia), lo cual era una rara ocurrencia.
Lo presenté y lo invité a decir algunas palabras. Se dirigió al frente e hizo
un solo comentario:
“Escuché lo que dijo su pastor. He aquí algo en que
pensar: Puedes saber el grado de popularidad de una iglesia por los que asisten
el domingo por la mañana. Puedes saber el grado de popularidad del pastor o
evangelista por los que asisten el domingo por la noche. Pero puedes saber el
grado de popularidad de Jesús por los que asisten a la reunión de oración”.
Y con eso, se bajó de la plataforma. Eso fue todo. Nunca
lo volví a ver.
JIM CYMBALA - (Devocional Diario “ORACIONES”)