¿QUÉ SIGNIFICA SER “EVANGÉLICO”?
Por Milton Acosta
DEFINICIONES ODIOSAS PERO INDISPENSABLES. El término evangélico se usa principalmente en dos sentidos, uno antiguo y otro moderno. El antiguo es el simple y llano que se deriva de la palabra Evangelio. Toda enseñanza que se desprenda tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y sea interpretada a la luz de la vida y palabras de Jesucristo y de sus primeros seguidores, es evangélica; quien sigue esas enseñanzas es evangélico. El segundo uso proviene de los Avivamientos registrados en las Islas Británicas y en Estados Unidos durante los siglos 18 y 19. Se empezó a usar el término evangélico (evangelical) para diferenciarlo de las iglesias hijas de la Reforma Protestante del siglo 16 en Europa, que en la opinión de este movimiento estaba anquilosada; ortodoxa, pero carente de vivencia personal. De ese movimiento surgieron nuevas iglesias que luego enviaron misioneros a todo el mundo. Se llaman desde entonces “iglesias evangélicas.”
En América Latina ha habido recientemente, y gracias a la televisión, un inusitado crecimiento de caudillos espirituales que, a pesar de haber salido de iglesias evangélicas y de llamarse cristianos, evangélicos y bíblicos, promueven enseñanzas y experiencias religiosas que distan mucho del cristianismo evangélico bíblico histórico. Es decir, distan mucho de ser evangélicos tanto en el primer sentido como en el segundo. ¿En qué se distancian? En muchas cosas, pero principalmente en lo más importante: no predican el mensaje del evangelio, sino el mensaje del neoliberalismo. El mensaje, mandato y promesa del neoliberalismo es “crecerás económicamente.” Pero, al igual que en el neoliberalismo, la promesa se cumple sólo en quienes lo predican y en las excepciones que confirman la regla. La predicación del Evangelio, por los motivos que sean, deben constituirse en motivo de alegría (Fil 1:15–16); pero la predicación distorsionada del Evangelio por motivos igualmente torcidos, debe denunciarse (1 Tim 6:5; Tito 1:11; 1 Pe 5:2).
Toda predicación que prometa la eliminación de todos los males de este mundo y que “garantice” la prosperidad ilimitada como resultado de una oración, un “pacto,” y el envío de dinero, es falsa; no es el evangelio de Jesucristo por mucho que el predicador grite, brinque, agite las manos, sude y cambie de colores desde una imponente plataforma ante un público con cara de santo convencido. Por cierto, hay que decir que si las promesas que muchos predicadores proclaman a sus seguidores se hicieran por escrito y se firmaran ante notario, es decir en forma de pacto/contrato de quien certifica que su palabra es verdadera, la mayoría de estos comerciantes de almas no serían expulsados, sino metidos en la cárcel por estafadores.
La veracidad del evangelio no radica en la cultura, ni en el “consenso eclesiástico,” sino en el canon y en la interpretación de la Sagrada Escritura según la tradición. La ortodoxia evangélica es “expansiva,” pero no hasta el punto de la disolución. No podemos convertir el evangelio en una cacofonía contraria a la esencia misma del evangelio [1]
¿Con qué derecho dice uno que esto es o no es evangélico? Tal vez podemos hablar de dos. Uno opina con el mismo derecho que opina cualquiera. Es decir, así como un predicador que funda una iglesia con evidente y vergonzoso ánimo de lucro tiene “derecho” a convertir el mensaje del evangelio en una especie de neoliberalismo espiritual y por desgracia logra atraer unos miles igualmente hambrientos de dinero, así también otro tiene derecho a decir que ese negocio no corresponde al evangelio predicado en los Evangelios bíblicos. El segundo derecho es el del orden establecido de las cosas; orden aceptado por todos en todas partes todo el tiempo. Los “límites” evangélicos son amplios y generosos, pero no son ilimitados ni están para ser inventados.
Por mucho que quisiéramos, los evangélicos, por carecer de una jerarquía y dogmas aceptados y reconocidos por todos, no tenemos el derecho de expulsar miembros como en los partidos políticos ni de excomulgar como en la Iglesia Romana. ¿De dónde los vamos a expulsar y a dónde los vamos a mandar? Sin embargo, sería el colmo que encima de no poder expulsar ni excomulgar se nos prohibiera predicar el evangelio bíblico y denunciar a quienes seducen y engañan a la gente incauta, a los faltos de juicio y a los hambrientos de dinero y poder. ¿Qué se puede y se debe hacer?
INDIVIDUALISMO, TRADICIÓN Y ANARQUÍA: ¿POSREFORMA REDIVIVUS EN TRAJE POSMODERNO MAYA?
Para poder enfrentar los problemas de la iglesia evangélica en América Latina, necesitamos empezar a identificar esos problemas y a definirlos. Analicemos uno. Aparte de la megalomanía, los deseos de poder, las psicopatologías, la permanente mutación litúrgica y el exhibicionismo farandulero, el principal problema de la iglesia cristiana evangélica en América Latina es lo que se podría llamar anacronismos bíblico-teológicos causados por falta de una sana y coherente hermenéutica bíblica.
Un antropólogo describe la situación de la iglesia evangélica en Centroamérica de la siguiente manera: “El protestantismo evangélico es una ideología político-religiosa exitosa para rechazar el poder de las jerarquías civiles y religiosas. Las doctrinas protestantes fundamentalistas rechazan toda autoridad superior humana, particularmente aquellas que incluyan ideas Católicas, diciendo que cualquier persona capaz de leer la Biblia puede convertirse en su propia autoridad religiosa.” [2]. Lo que ha ocurrido en la práctica, favorecido por el clima de dejar hacer y dejar pasar, es una perversión del principio protestante de la igualdad, facilitado por el acceso al texto sagrado y posibilitado por la alfabetización del continente.
Este retrato de la realidad eclesiástica evangélica Centroamericana se puede trasladar, sin mayores problemas, a toda América Latina. Nos ocuparemos en esta ocasión de la última oración: “cualquier persona capaz de leer la Biblia puede convertirse en su propia autoridad religiosa.”
Esta frase pone en evidencia, en primer lugar, el individualismo: “la Biblia, Dios y yo.”Es como si la iglesia hubiera empezado al momento que la persona comienza a leer la Biblia. Antes de él o ella no ha habido interpretación ni teología bíblica que importe.
En segundo lugar, la capacidad de leer la Biblia se entiende simplemente como saber leer. Si puedo leer puedo interpretar la Biblia, predicar y hacer mi propia teología; como si leer la Biblia se tratara siempre y simplemente de leer la Biblia. Se olvida que cada texto bíblico es parte de un canon enmarcado en una revelación progresiva cuyo clímax es Jesucristo.
Y finalmente, esta persona que puede leer la Biblia termina convirtiéndose en autoridad religiosa para sí mismo y para quienes la sigan. Nuevamente, a este intérprete no le precede nada, ni se somete a nada distinto a su hermenéutica individualista y caprichosa. El texto dice lo que él o ella diga, sin importar las normas más elementales de la interpretación y sin importar dos mil años de historia del cristianismo y de teología. El resultado, como diría San Pablo, es que tenemos “diez mil pedagogos;” pero ¿tenemos un padre que nos haya engendrado por medio del evangelio (1 Cor 4:15)
El resultado de esta forma de pensar y de actuar es una iglesia evangélica teológicamente anárquica, desconectada de toda tradición protestante digna y venerable, y en peligro de deformarse a tal punto que el evangelio de Jesucristo en ella llegue a ser irreconocible.
Aclaremos un poco más. Aparte de las supuestas “revelaciones” que algunos proclaman, una de las prácticas más comunes del individualismo interpretativo antes descrito, es la apropiación y absolutización indiscriminada de textos bíblicos sin una hermenéutica bíblica discernible. Redundancia esta con la que queremos subrayar el único principio reconocible: el capricho personal.
Un ejemplo nos ayudará a describir claramente la confusión. Es normal que un intérprete llegue al siguiente texto de Jeremías y concluya que Dios le está diciendo esas palabras a él o ella y a su congregación, que es promesa del Señor: “Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes” (Jer 15:20–21). Pero, esta misma persona acaba de pasar por el v. 13 del mismo capítulo (¡o Jer 14:11) y no lo ha visto como promesa ni como palabra de Dios para sí, ni para su iglesia, ni su familia. Tampoco lo leerá como el anuncio de un robo en la iglesia o en la casa: “Me dijo Jehová: No ruegues por el bienestar de este pueblo… Tus riquezas y tus tesoros entregaré a la rapiña sin ningún precio, por todos tus pecados, y en todo tu territorio.” ¿Por qué uno sí y otro no? Precisamente por causa del anacronismo bíblico-teológico que conduce a la apropiación y absolutización indiscriminada de textos bíblicos sin una hermenéutica bíblica sana y coherente. Pero, y desafortunadamente, los problemas no terminan allí.
LA ESENCIA DEL SER Y DEL PARECER EVANGÉLICO
Si uno ve un animal que tiene pico de pato y hace sonidos de un pato, y tiene patas de pato y camina como un pato, y también tiene plumas de pato y nada como un pato, lo más probable es que se trate de un pato. Pero, si el animal no tiene todas estas características, o por lo menos la mayoría, lo más probable es que sea otro animal. Esta imagen nos ayudará a entender un poco qué significa ser evangélico. No se trata de la opinión de una persona, sino de definir el movimiento a partir de sus características fundamentales desde la historia y de la teología; es decir, entender de qué y de quién somos herederos y cuál es la esencia de la fe evangélica.
La conexión del protestantismo latinoamericano con los Estados Unidos nos obliga a recordar qué pasó en el norte para entender lo que ocurrió desde México hasta Chile. La presencia del protestantismo en América Latina inicia desde finales del siglo 17, [3] pero el mayor crecimiento aquí se da en el siglo 20, y más que todo en las tres últimas décadas. En la primera mitad del siglo 20 llegaron a Latinoamérica muchas misiones Protestantes, en especial del movimiento conservador llamado Fundamentalista. Este movimiento fue defensor de la fe cristiana ortodoxa en los Estados Unidos, pero con el tiempo perdió la mayoría de sus adherentes y se desencadenó otro movimiento conocido como evangélico. Así, a partir de la década del 40, muchos fundamentalistas moderados en Estados Unidos empezaron a definirse a sí mismos como evangélicos porque pensaron que había una mejor forma de enfrentar como cristianos los desafíos que planteaba la modernidad, especialmente el liberalismo teológico. El resultado: nacieron instituciones que abanderaron esta nueva forma de ser cristiano conservador y heredero de la Reforma Protestante: Inter Varsity (1941), La Asociación Nacional de Evangélicos (1942), Seminario Teológico Fuller (1947), Christianity Today (1956), y la Asociación Billy Graham (década del 50) [4]
El movimiento evangélico se ve a sí mismo como heredero de la Reforma Protestante y de los movimientos de avivamiento de los siglos 18 y 19 en Gran Bretaña y Estados Unidos. El protestantismo tomó formas diversas, pero hay algunos puntos esenciales comunes. La herencia incluye por lo menos: 1) que el ser humano es salvo de la condenación por la fe en la obra salvífica de Cristo en la Cruz; 2) que Jesucristo es el clímax de la revelación de Dios; y 3) que el acceso a esta revelación es posible por medio de las Sagradas Escrituras interpretadas y predicadas con la asistencia del Espíritu Santo.
A lo anterior se añade el sacerdocio de todos los creyentes (1 Pedro 2:9). La iglesia es una comunidad donde Cristo es la cabeza (Heb.5–9) y todo creyente tiene la responsabilidad de actuar como sacerdote de su prójimo, en el sentido de apoyarlo y animarlo al amor y las buenas obras [5]. No significa, como algunos piensan, que cualquier persona, con solo creer y leer, puede ser maestro y predicador. Todos los reformadores del siglo 16 fueron personas cultivadas, conocedores de la Biblia, de la historia de la teología y de la filosofía. En casos especiales y extremos Dios puede usar a cualquier persona para comunicar su mensaje, no hay duda. Pero la norma de la Reforma es que quien enseña debe prepararse con buenos maestros y buenos libros. Al leer en la Biblia que algunos apóstoles eran personas “sin letras,” no se puede olvidar dos cosas: en primer lugar, eran judíos criados en la fe y tradiciones judías, incluyendo el Antiguo Testamento (lo cual es indispensable para comprender Nuevo Pacto); y en segundo lugar, pasaron tres años completos con Jesús recibiendo sus enseñanzas. Sí que fueron llenos del Espíritu Santo, pero si somos honestos, debemos reconocer que eso no fue todo.
La comprensión y preservación de las raíces, la esencia y la apariencia del evangelicalismo es fundamental para la continuidad de la fe Protestante, siempre y cuando conserve su enfoque histórico en el “Dios viviente de abundante gracia en Jesucristo, y viva el evangelio en transparencia moral y vitalidad espiritual.” Sólo así mantendrá el compromiso y el llamado evangélico a “ser sal y luz en el mundo secular, un refugio y hogar para todos los hijos de Dios peregrinos y arrepentidos.” [6]. Negativamente, los evangélicos no somos innovadores teológicos, ni desviados de la ortodoxia, ni fundamentalistas [7] de ninguna Jihad [8]. No todas las expresiones cristianas se pueden valorar por igual, vale la pena entonces que como individuos y comunidades nos preguntemos de dónde venimos, qué somos, cómo hablamos, cómo caminamos y qué apariencia tenemos.
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[1] The Drama of Doctrine: A Canonical-Linguistic Approach to Christian Theology (Louisville: Westminster John Knox Press, 2005), 28–30.
[2] James W. Dow, “Introduction,” en Encyclopedia of World Cultures, ed. David Levison (New York: G.K. Hall & Company, 1995), xxvii. [traducción mía]
[3] Sidney Rooy, “Las agencias misioneras en América Latina,” in ¿Hacia dónde va el protestantismo?, ed. Sidney Rooy, Arturo Piedra, H. Fernando Bullón (Buenos Aires: Kairós, 2003), 73ss.
[4] Timothy R. Phillips, Dennis L. Okholm, Welcome to the family: an introduction to evangelical christianity (Wheaton, Illinois, EUA: BridgePoint, 1996), 265–267.
[5] Ibid., 266.
[6] Dougls J. W. Milne, “The father with two sons: A modern reading of Luke 15,” Themelios 26, no. 3 (2001): 20.
[7] John R. W. Stott, Evangelical Truth (Downers Grove, Illinois, EUA: InterVarsity Press, 1999), 14-17.
[8] Arturo Piedra, “Lo nuevo en la realidad del protestantismo latinoamericano,” in ¿Hacia dónde va el protestantismo?, ed. Sidney Rooy, Arturo Piedra, H. Fernando Bullón (Buenos Aires: Kairós, 2003), 30.
Bibligrafía
-Milne, Dougls J. W. “The Father With Two Sons: A Modern Reading of Luke 15.” Themelios 26, no. 3 (2001): 12-21.
-Phillips, Timothy R., Dennis L. Okholm. Welcome to the family: an introduction to evangelical christianity. Wheaton, Illinois, EUA: BridgePoint, 1996.
-Piedra, Arturo. “Lo nuevo en la realidad del protestantismo latinoamericano.” In ¿Hacia dónde va el protestantismo?, ed. Sidney Rooy Arturo Piedra, H. Fernando Bullón, 9-33. Buenos Aires: Kairós, 2003.
-Rooy, Sidney. “Las agencias misioneras en América Latina.” In ¿Hacia dónde va el protestantismo?, ed. Sidney Rooy Arturo Piedra, H. Fernando Bullón, 67-100. Buenos Aires: Kairós, 2003.
-Stott, John R. W. Evangelical Truth. Downers Grove, Illinois, EUA: InterVarsity Press, 1999.