“Cada uno es tentado,
cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” Santiago 1:14
La tentación no viene de Dios, sino de adentro. El
vocablo tentado se empleaba en contextos de cacería para describir animales que
se atraen a las trampas, y se emplea seducido para describir pescar con una
carnada. Toda persona es tentada cuando la trampa del pecado tiene una carnada
que apela a su lujuria. La lujuria de una persona que responde a la seducción
de la trampa la atrae engañosamente hasta el punto que es atrapada.
¿Qué nos impulsa tanto hacia la carnada? No es Dios. Y
tampoco lo son Satanás, ni sus demonios, ni el sistema malvado del mundo el que
nos seduce para que mordamos el anzuelo. Es nuestra naturaleza lujuriosa la que
nos impulsa a morderlo. Nuestra carne,
nuestra naturaleza caída, tiene un deseo de lo malo.
Desde una perspectiva espiritual, el problema es que,
aunque hemos sido redimidos y hemos recibido una nueva naturaleza, tenemos
todavía un enemigo dentro. La pasión interior de la carne, no Dios, es la
culpable de que seamos tentados a pecar.
JOHN MACARTHUR
- (Devocional "LA
VERDAD PARA HOY")