"...ÉSTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN TENGO COMPLACENCIA; A ÉL OÍD" Mateo 17:5
En el monte de la
transfiguración, Moisés, el dador de la ley, y Elías, representante de los
profetas, estaban al lado de Jesús. Pero éste los sobrepasó en esplendor. Nos
dice la Biblia: "Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos,
como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede dejar tan
blancos" (Marcos 9:3). En ese momento, Jesús era Dios en su forma más
pura. Con temor reverencial delante de Él, Pedro dijo: "...Señor... si
quieres, haremos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías" (Mateo 17:4). Era una bonita sugerencia, pero totalmente
inapropiada. "Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se oyó
una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia; a Él oíd" (Mateo 17:5).
La palabra "amado" implica "único y
especial".
¡No hay nadie como Jesús! Ni Moisés, ni
Elías, ni Pedro, ni Zoroastro, ni Buda ni Mahoma. Nadie más, ni en el cielo
ni en la tierra. Haber hecho tres enramadas habría puesto a Moisés y a Elías al
mismo nivel de Cristo, y Dios no podía permitirlo. Sólo se puede construir un
santuario, porque no hay más que una persona en el monte digna de ser adorada.
"Al oír esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y sintieron
gran temor" (Mateo 17:6). Aquél que creó las estrellas de los cielos y
arrojó al Faraón de Egipto al fondo del Mar Rojo, estaba en medio de ellos.
Esta visión los maravilló sobremanera, borró cualquier resquicio de arrogancia
en ellos y les hizo postrarse sobre sus rostros.
¿Cuándo fue la última
vez que sentiste una reverencia semejante por Dios?
"Por amor de Sión no callaré y por amor de Jerusalén
no descansaré... hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga por alabanza en
la Tierra..." (Isaías 62:1,7)
BOB Y DEBBIE GASS - (Devocional Diario "LA PALABRA
PARA HOY")