“Y su alma será como
huerto de riego.” Jeremías 31:12
¡Oh, tener el alma de uno bajo el cuidado celestial; que ya no fuese un desierto, sino un huerto del Señor! Delimitada en el yermo, amurallada alrededor por la gracia, plantada por la instrucción, visitada por el amor, desyerbada por la disciplina celestial, y protegida por el poder divino, el alma favorecida de uno es preparada para dar fruto para el Señor.
Pero un huerto puede perder su lozanía por falta de agua,
y entonces todos sus cultivos se ponen mustios y llegan al punto de secarse.
¡Oh, alma mía, cuán pronto sería este tu caso si el Señor te dejara! En el
oriente, un huerto carente de agua pronto deja de ser un huerto: nada puede
madurar, crecer, o ni siquiera vivir. Cuando se mantiene la irrigación, el
resultado es encantador. Oh, que nuestra
alma fuese regada uniformemente por el Espíritu Santo. Que cada parte del
huerto contara con su propio torrente; abundantemente: que un refrescamiento
suficiente llegara a cada árbol y a cada planta, independientemente de cuán
sedientos estén por naturaleza; continuamente: que cada hora trajera no
solamente su calor, sino también su refrigerio; sabiamente: que cada planta
recibiera justo lo que necesitara. En un huerto pueden ver que su verdor
depende de dónde corre el agua, y pronto pueden percibir cuando el Espíritu de
Dios viene.
Oh, Señor, riégame en este día, e indúceme a producir
para ti una cosecha completa. Amén.
CHARLES SPURGEON - (Devocional "MEDITACIÓN DE HOY")