“Ciertamente la ira del
hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las iras.” Salmo 76:10
Los hombres malvados son coléricos. Debemos soportar su
ira como el distintivo de nuestro llamamiento, como la señal de nuestra
separación de ellos: si fuésemos del mundo, el mundo amaría a los suyos.
Nuestro consuelo es que la ira del hombre redundará en la gloria de Dios.
Cuando en su ira los perversos crucificaron al Hijo de Dios, estaban cumpliendo
el propósito divino sin darse cuenta, y en miles de ocasiones la obstinación de
los impíos hace lo mismo. Ellos se consideran libres, pero, como convictos sujetos
a cadenas, están cumpliendo inconscientemente los decretos del Todopoderoso.
Las artimañas de los
malvados son vencidas y terminan siendo derrotados. Actúan de una manera suicida, y frustran sus propias
conspiraciones. Su ira no producirá nada que pueda dañarnos verdaderamente.
Cuando quemaron a los mártires, el humo que subía de la hoguera enfermaba a los
hombres del Papado más que ninguna otra cosa.
Entre tanto, el Señor tiene un bozal y una cadena para
los osos. Él restringe la más furiosa ira del enemigo. Es como un molinero que
detiene la corriente, y sólo permite que fluya el agua suficiente para hacer
girar la rueda de su molino. Así que no suspiremos, sino cantemos. Todo está
bien, sin importar cuán fuerte sople el viento.
CHARLES SPURGEON - (Devocional "MEDITACIÓN DE HOY")