La herejía no comporta tanto rechazar como seleccionar. El hereje simplemente selecciona las partes de la Escritura que desea enfatizar y deja ir el resto.
Esto se ve por la etimología de la palabra herejía y por la práctica del hereje. «Cuidado», advertía un escriba editorial del siglo 14 en el prefacio a un libro. «Cuídate de no tomar una cosa según tus afectos y gustos, y dejes otra: porque ésta es la condición de un hereje. Toma, al contrario, cada una de las cosas con la otra.» Aquel viejo escriba sabía muy bien cuán propensos somos a tomar para nosotros aquellas partes de la verdad que nos complacen, y a ignorar las otras partes. Y esto es herejía.
Casi cada secta con la que hemos tenido alguna familiaridad practica este arte de seleccionar y de ignorar. Las sectas que niegan el infierno, por ejemplo, habitualmente destacan aquello en la Biblia que parece sustentar su posición, y minimizan o tratan de racionalizar todos los pasajes que tratan del castigo eterno.
Pero haremos bien en mirar más cerca de casa. La propensión a la herejía no se limita a las sectas. Por naturaleza, todos somos herejes. Los que nos consideramos dentro de la tradición histórica de la sana doctrina podemos, en nuestra práctica real, llegar a ser herejes de algún tipo. Podemos seleccionar inconscientemente, para nuestra atención especial, aquellos pasajes de las Escrituras que nos consuelan o alientan, y pasar por alto aquellos que nos reprenden y amonestan.
Somos tan propensos a caer en este lazo que podemos vernos en él antes que nos demos cuenta.
Tomemos, por ejemplo, la Biblia «bien marcada». Podría ser una experiencia iluminadora examinar una de ellas y observar cómo su dueño ha subrayado casi exclusivamente los pasajes que le consuelan o que sustentan sus puntos de vista sobre la doctrina. Por lo general nos encantan los versículos que nos son indulgentes, y rehuimos aquellos que nos perturban.
Indudablemente, Dios nos acompaña tanto como puede en este tratamiento débil y unilateral de las Sagradas Escrituras, pero no puede complacerse en esta manera de actuar. Nuestro Padre Celestial se complace en ver que nos desarrollamos y crecemos espiritualmente. No quiere que vivamos enteramente en una dieta de dulces. Para nuestro aliento nos da Isaías 41, pero también nos da Mateo 23 y el libro de Judas, y espera que lo leamos todo. El capítulo 8 de Romanos es uno de los más sublimes pasajes de la Biblia, y tiene una popularidad bien merecida; pero necesitamos también Segunda de Pedro, y no debiéramos rehuir leerla. Cuando leamos las epístolas de Pablo, no deberíamos detenernos al terminar las secciones doctrinales, sino que deberíamos pasar más allá y leer las tonificantes exhortaciones que siguen después de ellas. No deberíamos detenernos en Romanos 11; el resto de la epístola es también importante, y si queremos tratar limpiamente nuestras almas, tenemos que darle la misma atención que dimos a los primeros 10 capítulos.
En resumen, la salud de nuestras almas demanda que nos tomemos toda la Biblia tal como es y que dejemos que efectúe su obra en nosotros. No podemos permitirnos ser selectivos con nada tan importante como la Palabra de Dios y nuestro propio futuro eterno.
A. W. TOZER – (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA”)
A. W. TOZER – (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA”)