GLORIOSA HUMILDAD ACOSTADA EN UN PESEBRE
Por Kelly Needham (Ministerio AVIVA NUESTROS CORAZONES)
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: «No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace» (Lucas 2:7-14).
La alegría del cielo queda al descubierto cuando la alabanza se desborda ante los pastores aquella noche. ¿Qué hay de maravilloso y emocionante en el momento en que Jesús entregó Su gloria? ¿Y por qué a menudo no compartimos la exuberancia de los ángeles por el nacimiento de Jesús? Aunque sabemos que es un día importante para nuestra fe, Su nacimiento suele verse como un peldaño en el camino hacia las cosas más grandes e importantes que hizo Jesús: Su ministerio, Su muerte y Su resurrección. Pero ninguno de esos momentos merece una declaración tan celestial.
Entonces, ¿qué tiene de loable el bebé acostado en el pesebre?
- Jesús, el Perfecto. A menudo, no nos entusiasma el nacimiento de Jesús porque no entendemos por qué vino como un bebé. ¿No habría sido más eficaz que descendiera a la tierra a los treinta años para ejercer Su ministerio y luego pagar por nuestros pecados en la cruz? Si Su muerte y resurrección fue todo lo que vino a hacer, ¿por qué llegar como un bebé y pasar treinta años haciendo cosas de poca importancia? Debido a que nuestra mayor necesidad no era solo que se pagaran nuestros pecados.
Imagina que quieres entrar en una organización especial. El costo de la membresía es de $1 millón. Pero el problema es que no solamente no tienes un millón, sino que actualmente ¡tienes una deuda de 1 millón de dólares! Por supuesto que necesitas pagar tu deuda, pero estar en ceros no te permite entrar. Necesitas una cantidad positiva de $1 millón. De la misma manera, la salvación no solo requiere la ausencia de pecado, sino la presencia de perfección. Jesús nos dijo «Porque les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt. 5:20).
Jesús, la única persona que no tendría que ser humilde, se humilló a Sí mismo como siervo de una humanidad ingrata y orgullosa.
Jesús vino como un niño para ganar esa justicia para nosotros. Una justicia pura, sin mancha ni arruga. Fue hecho semejante a nosotros en todo (Heb. 2:17): en la infancia, en la niñez, en la adolescencia y en la edad adulta, en la enfermedad y en la salud, en la alegría y en la tristeza, en la aflicción y en el sufrimiento, en lo insignificante y en lo significativo. Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Heb. 4:15). Jesús vivió una vida perfecta, desde el nacimiento hasta la muerte, para que nosotros pudiéramos revestirnos de Él, Aquel que se ha convertido en nuestra justicia ante Dios (Gal. 3:27; 1ª Cor. 1:30).
Ese Niño acostado en el pesebre es la única razón por la que podemos salvarnos. No solo vino a eliminar nuestro pecado, sino a ganarse nuestra justicia. Por Su obediencia somos hechas justas (Ro. 5:19).
- Jesús, el Humilde. Hace poco les levanté la voz a mis hijas. Después de todo el día cuidándolas, haciéndoles la comida, yendo al baño, limpiando todo lo que quedó de las manualidades que hicieron y escuchando sus más que habituales quejas, me estaba enfadando. Decidí hacer «lo correcto» y me puse a su altura para disculparme. Justo antes de que las palabras salieran de mi boca, mi hija mayor me preguntó con condescendencia: «Mami, ¿vas a pedirnos disculpas ahora mismo? Porque no has sido muy amable con nosotras».
Me esforcé por contener el airado diálogo interior: ¡¿Disculpa?! ¡¿No soy amable con ustedes?! Hago todo por ustedes. Todo el día. Y lo único que hacen es quejarse y pelear entre ustedes. ¡¿Ahora solo porque me molesté un poco, piensas que yo soy la que está equivocada?! La humildad no es natural para nosotras, sobre todo cuando se dirige a quienes consideramos «menos maduros» que nosotras.
Pero Jesús no consideró que Su deidad fuera algo que hubiera que afirmar sobre nosotros, sino que se despojó de Sí mismo, eligiendo venir como un siervo a nuestra semejanza, eligiendo venir como un bebé (Flp. 2:6-7). El profundo significado de esto no puede sentirse sin recordar quién es este Dios-Hombre. La Biblia nos dice que Jesús es la imagen del Dios invisible, por quien y para quien fueron creadas todas las cosas, el resplandor de la gloria de Dios y Aquel que sostiene todas las cosas con la palabra de Su poder (Col. 1:15-17, Heb. 1:3, Jn. 1:1-5). Considera las alucinantes implicaciones de esto en Su nacimiento:
* Jesús, a quien todas las cosas se someten, se sometió voluntariamente a las limitaciones de la humanidad como embrión en el vientre de una adolescente.
* Jesús, quien sostiene las galaxias infinitas, se dejó alimentar en el vientre de María.
* Jesús, quien hizo el árbol que se convirtió en el pesebre, se dejó acunar en su interior.
* Jesús, quien da fuerza a toda la humanidad, se dejó sostener en brazos humanos.
* Jesús, quien no tiene principio, se permitió nacer.
* Jesús, el Verbo, limitó Su lenguaje al llanto impotente.
* Jesús, quien no había experimentado ningún momento exento del honor del cielo, vino a un mundo de ovejas balando y malos olores de ganado. Sin desfile, sin alfombra roja, sin honor.
* Jesús, el futuro Juez de ojos de fuego del Apocalipsis, llegó primero como un inofensivo infante, incapaz de soportar el peso de Su propia cabeza.
* Jesús, a quien se debe toda la gloria, dejó a un lado Su gloria para descender a la inmundicia de nuestra atmósfera llena de pecado, donde los dignos de vergüenza están profanamente hambrientos de gloria.
- La humildad es gloriosa. «Él estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no lo conoció. A lo Suyo vino, y los Suyos no lo recibieron» (Juan 1:10-11). Jesús podría haber gritado como yo: «¡Lo hago todo por ti! ¡Yo mantengo unidos tus átomos! Gracias a Mi elección consciente, estás vivo ahora mismo. Todo lo que haces es quejarte, refunfuñar y buscar tu propio camino. Y ahora, cuando vengo a ayudarte, me rechazas». Pero Él no lo hizo. Considéralo de nuevo: No lo hizo.
Jesús, la única persona que no debería ser humilde, se humilló a Sí mismo como siervo de una humanidad ingrata y orgullosa. ¡Aleluya! Gloria en las alturas porque servimos a un Dios que habita en un lugar alto y santo, y también con los contritos y humildes de espíritu (Is. 57:15). Nuestro Dios renunció a su lugar exaltado en el cielo para morar humildemente con el hombre pecador. Es la humildad de Dios lo que lo hace supremamente glorioso.
¡Que el humilde Jesús, el único justo, sea grandemente exaltado en este tiempo de Navidad! Unámonos al coro celestial y celebremos a nuestro Dios glorioso. ¡Gloria en las alturas! Porque nuestro Dios ha venido a salvar a los pecadores y a revelarse a los humildes.
"Oh, venid pronto a Belén
Para contemplar con fe
A Jesús, autor del bien
Al recién nacido rey
Gloria
En lo alto
Gloria
En lo alto gloria Dios"