Nuestro sublime idealismo demandaría que todos los cristianos deben ser perfectos, pero un descarnado realismo nos obliga a admitir que la perfección es rara incluso entre los santos. Lo sabio es aceptar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo tal como son en lugar de cómo debieran ser.
No queremos con esto excusar la pereza de los santos ni darle un escondrijo a la carnalidad, pero es necesario que afrontemos la realidad. Y la llana realidad es que el cristiano medio —y nos referimos a un verdadero cristiano— está aún bien lejos de ser como Cristo en su carácter y en su vida. Hay mucho de imperfecto en nosotros, y es apropiado que lo reconozcamos y que clamemos a Dios para que nos dé caridad para sobrellevarnos unos a otros. La iglesia perfecta no se encuentra en esta tierra. La iglesia más espiritual tendrá siempre en ella a algunos que siguen acosados por la carne.
Dice un antiguo proverbio italiano que «el que no quiera un hermano que no sea perfecto se tendrá que resignar a no tener hermanos». Por muy anhelantemente que deseemos que nuestro hermano en Cristo se dirija a la perfección, tenemos que aceptarle como es y aprender a ir junto con él. Tratar con impaciencia a un hermano imperfecto es exhibir nuestras propias imperfecciones.
El apóstol Pablo escribió: «Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles y no agradarnos a nosotros mismos» (Romanos 15:1). Él acepta así llanamente que habrá miembros débiles entre los miembros creyentes de la comunidad espiritual que llamamos la iglesia local. Nos dice que los sobrellevemos o que los aguantemos en sus debilidades.
Ahora bien, ¿quiénes son las personas débiles en la iglesia? ¿Cómo podemos identificarlas? No cómo podemos encontrarlas, porque desde luego son las personas más fáciles de encontrar. Sus mismas debilidades hacen que resalten. El hermano débil es el que tiene escrúpulos penosos acerca de los alimentos (Romanos 14:1-2); o bien tiene profundas convicciones acerca de ciertos días santos (Romanos 14:5-6); o bien su comprensión de la verdad del evangelio es débil, y se ve obligado a aguantarse con varias muletas que puede haber encontrado en algún ático religioso. Para él, estos escrúpulos son sagrados, y por ello es probable que trate de imponerlos sobre todos los demás, y al hacerlo así va con toda seguridad a constituirse en una verdadera molestia. Ahí es donde el cristiano «fuerte» recibe su oportunidad de poner a prueba su paciencia. No osará despachar al encendido hermano; tiene que sobrellevarlo en amor, sabiendo que también él forma parte de la compañía de los redimidos.
Esta breve lista no agota en absoluto el número de debilidades que probablemente hallaremos en la asamblea cristiana. ¿Quién no ha tenido que soportar amantemente a un hermano (o hermana) que padecen de logorrea, la propensión incurable a hablar sin pausa ni puntuación? El hecho de que la conversación sea «religiosa» no la hace menos penosa. Y el hermano inestable que pasa su tiempo bien cayendo, bien levantándose otra vez, que está o bien saltando de gozo o echado de bruces lamentando su dura suerte... ¿qué iglesia hay que no tenga uno o dos de estos creyentes en su seno? Luego tenemos al Mark Twain del santuario, cuyos testimonios deben ir siempre acompañados de un elemento de pretendido humor; y para frustrarle algo tenemos al hombre de solemne rostro que no puede sonreír, y para el que las humoradas son pecado mortal. Añadamos a esta lista la hermana cuyas oraciones son acusaciones contra la iglesia o quejas autocompasivas acerca de la manera en que la están tratando otros miembros de la grey.
¿Qué haremos acerca de estos hermanos y hermanas débiles? Si los tratamos como se merecen, podemos dejarlos irrecuperables. Lo que debemos hacer es aceptarlos como cruces y llevarlos sobre nosotros por amor a Jesús. En el gran día en que hayamos llegado a ser semejantes a nuestro Señor y hayamos dejado atrás todas las imperfecciones, no sentiremos haber soportado pacientemente las flaquezas de los débiles.
A. W. TOZER – (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA”)
A. W. TOZER – (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA”)