“Cuando él [José] despertó, tomó de noche al niño y
a su madre, y se fue a Egipto.” Mateo 2:14
José no perdió
tiempo. Tan pronto como se despertó de su sueño, juntó a su familia y salió de
la ciudad en busca de seguridad -incluso cuando eso significara vivir como
refugiados en Egipto-.
Debe haber sido
un tiempo muy duro para María y José. Imagina viviendo en un país extraño, sin
conocer el idioma ni tener familia o amigos que te ayuden. Tienes que encontrar
un lugar donde vivir y trabajo para mantener a tu familia. Sin dudas, los
regalos de los magos les habrán venido muy bien.
Siendo pequeño
como era, Jesús no pudo haber comprendido las luchas de sus padres; en
realidad, ni siquiera debe haberse dado cuenta de ellas a menos que, ya de
grande, le hayan contado. Pero el verlo crecer seguro hizo que todo eso valiera
la pena. Como todo padre inmigrante, José
y María estaban contentos de renunciar a su propia comodidad por el bien de la
vida de su hijo.
Y al hacerlo,
proveyeron una pequeña imagen de lo que Dios hace por ti y por mí. Dios nos ha
adoptado como hijos suyos a través del bautismo. Él nos ama y cuida, así como
un padre protege a su hijo. Y ese amor incluye sufrimiento. Jesús estuvo
dispuesto a cambiar el cielo por las dificultades y sufrimientos de la vida en
la tierra. Se hizo hombre entre personas que, en su mayoría, no lo recibieron
bien ni lo escucharon. Sufrió por nosotros, siempre pensando primero en nuestro
bienestar, aun cuando ello significara morir en la cruz por nosotros. Y, como
si eso fuera poco, luego resucitó de los muertos y comparte esa vida con
quienes confiamos en él, para que también seamos ciudadanos del cielo.
ORACIÓN: Señor, gracias por venir a nosotros, a
pesar de todo el sufrimiento que ello significó, y por hacernos parte de tu
pueblo. Amén.
CRISTO PARA TODAS LAS N. - (DEV. “ALIMENTO DIARIO”)