“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo
puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de
él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.” 1ª Juan 4:20-21 (Leer Tito 3:2)
Debemos
continuar contemplando los efectos del odio y la venganza. Un maestro ha dicho:
“Cada vez que iba a ver a mi hermana, me sentía mal. La razón era que me
desagradaba mi cuñado.”
Una mujer
estaba resentida por la actitud de su hermano, médico. Le pidió que le tomara
la presión arterial. Estaba muy por encima de lo normal. Volvió a su hogar y
rindió a Dios su resentimiento y su presión retornó a la normalidad.
Un misionero de
vuelta de su campo de trabajo me dijo: “Fui desahuciado. Los médicos decían que
no podía vivir. Estaba aposentando resentimientos en lo profundo de mi ser. Los
rendí a Dios y me curé.”
A veces estos
resentimientos están hondamente enterrados en el subconsciente y desde allí
producen sus consecuencias destructoras. Un banquero no quería que el nombre de
su esposa apareciera en las columnas de sociales de los periódicos porque
quería mantener su reputación de banquero conservador. Ella resentía el papel
de mantenerse en la oscuridad. Quedó inválida. Su esposo gastó en ella una
fortuna. Cuando el esposo murió ella dejó su sillón de inválida. Ya no estaba resentida por su rol en la
vida. Ambos habían pagado muy caro sus falsas actitudes.
Una mujer de setenta
años de edad se entregó a Cristo y fue librada de una carga interior que había
llevado toda la vida. “He vivido toda mi vida con una piedra en el corazón”,
decía. “Desde que mi madre me dijo Te odio porque yo la estorbaba para unirse
con otro hombre, he mantenido esta piedra de resentimiento en mi corazón. Me
alegro que al final ha sido arrojada.”
Cuando estuve
en México me contaron de un hombre que se enojó tanto con su hijo que se puso
verde y murió. Los mejicanos creían que la bilis lo había matado. Cualesquiera
sean las consecuencias de los científicos, sabemos que algo dentro de nosotros
muere cuando permitimos que el odio y los resentimientos se alojen en nuestro
interior. La buena voluntad nutre; el odio envenena. La buena voluntad es una
opción obligatoria: si la tomáis viviréis, si la rechazáis moriréis.
ORACIÓN. Oh Cristo, tus caminos son
inescapables. No puedo huir de ellos, porque cuando lo hago huyo de la vida, me
sustraigo a la salvación. Ayúdame a entrar en relación contigo y a seguir tu
camino, el camino del amor. Amén.
AFIRMACIÓN PARA EL DÍA: ¿Cómo puede el
odio tener parte en mi… si pertenezco a un Hombre que murió sobre un madero,
por quienes lo odiaban?
E. STANLEY JONES - (EVOCIONAL DIARIO “EL CAMINO”)