Año 1 - Semana: 48 - Día: 7
LEE Salmos 32:1-11
–
El salmista nos comparte su experiencia personal del perdón divino.
MEDITA. Este es uno de los llamados salmos de
arrepentimiento. La lección del agradecido salmista es la siguiente: El que
confiesa sus pecados obtiene el perdón divino. Esto, que podría sonar a frase
hecha, se ve respaldado por la exclamación de gozo, "dichoso",
"bienaventurado", por la que se declara felices a los que reciben el perdón.
Lo anterior es obvio,
y también consabido; sin embargo, ¿por qué nos cuesta tanto reconocer nuestras
culpas? Desde su vivencia, el salmo nos habla de la dicha de aquel cuyo pecado
es cubierto por Dios. (1-2)
Por otra parte, desde
nuestras propias experiencias sabemos que el silencio, el no reconocer delante
de Dios nuestro pecado, es cargar con un peso. Es como sentirse enfermo (3). ¡Todo por negarnos a confesar delante de
Dios!
Conmueve saber que el
Señor nos perdona todo "si confesamos nuestros pecados" (1 Jn. 1:9).
Es que su misericordia excede todo lo imaginable para el ser humano. El
salmista nos da las claves del proceso de confesión y perdón (5). Hacer una
declaración es decir todo lo que se tiene que decir. No se pueden omitir los
detalles. Confesar es decir con palabras a Dios cuál ha sido el pecado. Recién
entonces podemos proclamar: "y tú perdonaste mi maldad y mi pecado".
Con toda autoridad se nos invita a orar en los momentos de angustia y se nos da
un testimonio vivo de la dicha de saberse y sentirse perdonado.
APLICA. Pídele al Señor que te muestre
situaciones que fueron pecaminosas. Nómbralas todas delante del Señor. No pases
por alto los detalles. Derrama tu corazón ante el trono de gracia y decide
apartarte de toda maldad.
ORA. "Si oculto mis pecados no prosperaré, pero si los
confieso y me aparto de ellos alcanzaré misericordia." (Pr. 28:13)
UNIÓN BÍBLICA INTERN. - (Dev. “ENCUENTRO CON DIOS”)