“Venid a mí…”
Mateo 11:28
El clamor de la religión cristiana está encerrado en esta dulce palabra:
“Ven”. La ley judaica dice duramente: “Ve, y mira bien por donde caminas; si
quebrantas los mandamientos, perecerás; si los guardas, vivirás”. La ley era
una dispensación de terror que atraía a los hombres con castigos, pero el
Evangelio los atrae con cuerdas de amor. Jesús es el buen pastor que va
delante, rogando a las ovejas que lo sigan y atrayéndolas con esta dulce invitación:
“Ven”. La ley aleja, el Evangelio atrae. La ley muestra la distancia que hay
entre Dios y el hombre; el Evangelio pone un puente sobre aquel espantoso
precipicio y persuade al pecador a que lo cruce.
Desde el comienzo de tu vida
espiritual hasta que entres en la gloria, Cristo te dirá: “Ven, ven a mí”.
Jesús es como una madre que extiende su dedo a su hijito y lo invita a caminar
diciéndole: “Ven”. El siempre va delante de ti, rogándote que lo sigas como
sigue el soldado a su capitán. Jesús irá
siempre delante de ti para abrirte el camino y quitar los estorbos de tu
sendero, y tú oirás su animadora voz que te invita a seguirlo por toda la
vida. Y en la solemne hora de la muerte, estas serán las dulces palabras con
las que te introducirá en el mundo celestial: “Ven, bendito de mi Padre”. Aun
más: Esta invitación que él te hace a ti, será (si eres creyente) la que tú le
harás a él: “Ven, ven”. Tú anhelarás su segunda venida; dirás continuamente:
“Ven presto, Señor Jesús”. Ansiarás tener una comunión más íntima con él.
Cuando su voz te diga “ven”, tú le responderás: “Ven, Señor, habita en mí. Ven
ocupa tú sólo el trono de mi corazón; reina en él sin rival, y conságrame por
completo a tu servicio”.
CHARLES
SPURGEON - (Dev. “LECTURAS MATUTINAS”)